Esta ciudad milenaria, capital de la República de Tartaristán, es una de las más bellas de la Federación de Rusia. Su ciudadela histórica, construida en el siglo XVI por orden de Iván el Terrible, está declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
El próximo 2 y 3 de diciembre se conmemora el 30 aniversario de la reunión entre el presidente norteamericano George Bush y su homólogo ruso Mijaíl Gorbachov, en 1989 en Malta. Un encuentro cuyo objetivo fue el de analizar la nueva situación mundial que se planteaba tras la caída del Muro de Berlín y en el que ambos proclamaron el inicio de “una nueva era en las relaciones internacionales”. Este momento fue determinante para poner fin a la Guerra Fría, una de las etapas de mayor tensión internacional de la historia.
Líderes de todo el continente africano se han reunido en San Petersburgo antes de la Asamblea General de la Organización Mundial del Turismo (OMT) para discutir los principales problemas con que se encuentra el continente a la hora de impulsar el crecimiento de su sector turístico y aprovecharlo como motor de desarrollo económico y transformación social.
Nueva, arriba, abajo... Vayamos por partes. Moscú es, desde luego, antigua. Ya en el siglo VI era lugar de paso de los eslavos, antepasados de los rusos, luego llegaron los varegos (vikingos) y más tarde los mongoles y los boyardos. Ya en el siglo XII (1.156) se construyó en madera el primer kremlin de Moscú. Pero el verdadero auge de la ciudad no llegó hasta Iván III el Grande y, sobre todo, de su hijo, el célebre Iván IV el Terrible que extendió el país desde los Urales hasta Siberia.
Catedrales, iglesias, mezquitas, capillas y templos de todo tipo son elementos fundamentales que, además de su simbología religiosa, figuran como obras arquitectónicas clave en nuestra historia más o menos reciente. Son lugares de obligada visita para los viajeros.