Paisajes más allá de la frontera: República Checa, la apacible hospitalidad (2)

Frente a lo vetusto, la modernidad más atrevida se puede encontrar en Brno, la segunda ciudad más grande del país y la más grande de Moravia
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Frente a lo vetusto, como decíamos en la anterior entrega, lleno de reminiscencias de otros tiempos, la modernidad más atrevida, tal como como pude comprobar, se puede encontrar en la citada Brno, la segunda ciudad más grande de la República Checa y la más grande de Moravia. La Catedral de San Pedro y San Pablo, amenazando el cielo con las finas agujas de sus torres, se levanta en la colina de Petrov, dominando con majestuosidad el paisaje urbano. Nadie pensaría que junto a este monumento o a la fortaleza de Špilberk, otro de los edificios medievales y símbolo tradicional de la ciudad, podemos encontrar bellezas arquitectónicas, premonitorias del futuro, como la Villa Tugendhat.

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Nadie pensaría tampoco que, junto a monumentos representativos de la mentalidad medieval, existen otros en los que se discurría sobre leyes biológicas como las descubiertas por Mendel en un pequeño monasterio que aún se conserva en el centro de la ciudad y por el que pasaba yo, cada día, camino del Gymnázium donde me tocaba examinar. La emoción por conocer tan de cerca el lugar donde se fraguó un acontecimiento científico como aquel, que hoy día todos los escolares estudian, se mezcló uno de esos días con mi asombro al ver que el ingenio humano no tiene límites para pillar in fraganti al que comete una falta. Esto sucedió en uno de esos trayectos en el tranvía.

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Vista parcial de la Catedral de San Pedro y San Pablo

En él viajaba un individuo cuya imagen era el prototipo del aspecto más deplorable que pudiera existir en la figura de un indigente. Su vestimenta deteriorada, su cuerpo sucio, su presencia totalmente descuidada invitaban a los demás viajeros a distanciarse de él. No obstante, esa impresión totalmente justificada ante la imagen de aquel personaje se trastocó en mi mente cuando, de pronto, el sujeto empezó a pedir los billetes del tranvía a los viajeros que obedientes y timoratos mostraron sin titubear el ticket al supuesto mendigo quien, también al instante, cambió su actitud que pasó del retraimiento propio de los desheredados a la seguridad de los poderosos. No obstante, la escena se desarrolló con la impasibilidad con que todo sucede en estos lugares, en los que todo el mundo se mueve con gesto inexpresivo y fría corrección.

Iglesia Evangélica o iglesia Roja

Iglesia Evangélica o iglesia Roja

Dicho esto, los detalles de mi descubrimiento acerca del contraste entre lo antiguo y lo más novedoso se produjeron durante otra de las mañanas de mi visita. Acompañado del agregado de educación español en el país, máxima autoridad en la materia, que nuestro ministerio envía por aquellas tierras y que en esos días se ocupó de guiarme en mi nueva aventura, hicimos la visita protocolaria y de rigor a la directora del centro educativo en donde se ubicaba nuestra sección española. Con la afabilidad propia de estos casos, departimos como pudimos en idiomas distintos, y ayudados por algún profesor checo conocedor de nuestra lengua, durante unos minutos y nos intercambiamos piropos y agradecimientos. El encuentro finalizó con el obsequio por parte de la citada directiva, a cada uno de nosotros, de un paraguas de color rojo que debía de tener a mano, fruto de alguna operación de propaganda llevada a cabo por alguna empresa suministradora, pues en la tela de aquel utensilio, tan útil para la lluvia, figuraba un logo identificativo de la marca en cuestión.

Sirva esta anécdota para incluir un inciso sobre la costumbre de los regalos por estas tierras, como símbolo de hospitalidad, aunque dicho gesto se convierte en algo caricaturesco cuando se hace por puro formalismo, compromiso o intención de agradar. Digo esto porque durante esos años de visitas he recibido obsequios –además de otros que me han enriquecido a nivel personal, como pueden ser alguna obra literaria de un autor del país– que rozan el ridículo y que me hacían pensar en las escenas cómicas de algún sainete. Así, me han llegado bolígrafos y llaveros de propaganda, desechados por sus primigenios receptores, cajas de bombones caducados, pines o insignias representativas de instituciones varias e, incluso, alguna botella de vino o licor de la tierra, que siempre entrego, a su vez, a nuestros profesores que, disciplinados, se han prestado a liberarme de una carga que solo me hubieran servido de estorbo a mi vuelta en el avión.

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Villa Tugendhat

Previamente, mi solícito acompañante, el susodicho agregado de educación, me había anunciado que, después de esta obligada recepción, como siempre que se visita un centro extranjero, iríamos después a conocer un edificio emblemático de la arquitectura moderna, que me iba a deslumbrar por su novedad, a pesar de su antigüedad, cercana ya al siglo de existencia. Así que, al rato, después de atravesar de nuevo la ciudad, nos vimos subiendo por Černopolní, la calle en cuyo final se encuentra la mencionada Villa Tugendhat. Dado el interés turístico del edificio y del recinto en general, ya se había ocupado mi acompañante de realizar la correspondiente reserva desde la embajada, lo que nos proveyó de cierto halo de distinción, que tal vez no merecíamos, llegando tal consideración hasta el extremo de que, una vez finalizado el paseo por el edificio, se nos pidió que firmásemos en el libro de honor de la institución.

El gris de aquella mañana permitía, no obstante, divisar desde la pendiente en que se alza esta construcción el castillo de Špilberk y la Catedral, gracias a las maravillosas vistas que desde allí se otean. Las brumas que, poco a poco, se iban disipando con el paso de las horas hacían imaginar las vicisitudes por las que había pasado aquella mansión, ejemplo de la arquitectura moderna funcionalista, durante sus noventa años de existencia.

La villa, de tres plantas, y con espacios abiertos a una inmensidad que traspasa las cristaleras que adornan sus muros, sufrió la tragedia de los conflictos del siglo XX, vividos por los propietarios de la casa, los Tugendhat, judeoconversos de habla alemana, pertenecientes a una familia de la industria textil y padres del filósofo alemán Fritz Tugenghat.

Tras la huida de la familia ante la amenaza de la invasión nazi, la casa fue utilizada como oficina por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y después de la derrota alemana fue ocupada por los soviéticos, hasta quedar destrozada, estado en el que se le encontraron sus dueños a su regreso al país muchos años después.

La serenidad que allí se respira, contemplando el horizonte de una ciudad plácida y silenciosa, convierte ahora ese lugar en lo que siempre debía haber sido, en un espacio para el disfrute del arte más novedoso. Ahora, como monumento cultural, alberga actividades organizadas por el ayuntamiento de Brno y ha sido, incluso, escenario y testigo mudo de la división de Checoslovaquia, cuando los primeros ministros checo y eslovaco se reunieron allí en 1992 para acordar el reparto de la nación.

Restaurada en gran medida con las piezas originales que fueron repartidas por varios puntos del país, a lo largo de su existencia, pude comprobar que el futuro ya existía en los años treinta del siglo pasado y que el mobiliario y la maquinaria que daban vida y confort a cada una de sus estancia hacen ver que la ciencia ficción ya tenía cabida por aquel tiempo gracias a los movimientos de vanguardia de las primeras décadas del siglo, como el expresionismo, el cubismo o el futurismo. Sería este estilo racionalista el que se comprometió con una modernidad que quedó truncada durante años por guerras y barbarie que impidieron imaginar, durante años, lugares como aquel.

Terminada la visita, como ya he dicho, firmamos en la página en blanco que se nos ofreció en un libro que dejó testimonio de nuestra presencia allí y descendimos de nuevo la calle, divisando los límites del parque Lužánky, el más grande de la ciudad, que teníamos cerca. Ya en la estación de tren, me despedí de mi compañero de viaje, que regresaba a Praga, mientras yo volvía al pasado de unos años, recordados gracias al ruido de los vagones antiguos rozando los raíles y las locomotoras rugiendo en los andenes.

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