Tailandia, el país de las sonrisas

Esa mezcla de emoción por llegar al lugar soñado, adrenalina por descubrir un sitio tan ajeno a lo acostumbrado, y el jet lag que envolvía de niebla mi mente adormilada, eran un cóctel difícil de digerir
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PRIMER DÍA EN BANGKOK

Nunca olvidaré el día que aterrizamos en Bangkok. Siempre había querido ir a Tailandia desde que tengo uso de razón. Y esa mezcla de emoción por llegar al lugar soñado, adrenalina por descubrir un sitio tan ajeno a lo acostumbrado, y el jet lag que envolvía de niebla mi mente adormilada, eran un cóctel difícil de digerir. Pero allí estábamos por 2 días, en un hotel en el distrito financiero de Silom-zona hotelera y de negocios -muy segura y bien comunicada- donde nos había dejado el taxi tras la recogida en el aeropuerto. Tras una ducha para recuperarnos parcialmente de las tropecientas horas de vuelo, más escala nocturna, nos lanzamos a la calle por vez primera. Nuestro objetivo era llegar a uno de los míticos mercados flotantes que abundan por la zona (los mejores están bastante lejos de la ciudad) y sólo disponíamos de esa mañana, ya que por las tardes cierran y el día siguiente lo teníamos ya ocupado con la visita reservada ya para los templos del Gran Palacio.

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Nada más echarnos a la calle, tras una ducha rápida y e intentando espabilar en medio del meollo, me di cuenta que todo el mundo reparaba en nosotros, nunca me había sentido así en ningún sitio, también es cierto que era mi primera vez más allá de Oriente Medio y el choque cultural nos convertía en seres exóticos que intentábamos ubicarnos en el barrio mediante un plano conseguido en el hotel. Nuestro primer reto era conseguir un taxi que nos llevase a un mercado flotante lo más cercano posible, que mereciese la pena ver y sin dejarnos un riñón en la carrera. Primer problema: habíamos leído mucho sobre los timos y fraudes en la gran ciudad, y no era una leyenda urbana. En poco tiempo nunca se nos habían acercado tantas personas, para intentar embaucarnos, chapurreando una mezcla de “thaiglish” que era difícil de comprender. Desde alguno que nos ofrecía ayuda haciéndose pasar por policía (lo cual no colaba), a otro que aseguraba ser maestro de inglés (el cual nos encontramos después en su puesto de la empresa Watertaxis que nos había recomendado). Tuvimos que coger un tuk-tuk, el famoso medio de transporte Thai, para llegar a la estación de taxis que nos llevaría a Damnoen Saduak en un tiempo récord (aprox. 1 hora y 20 minutos desde el centro de Bangkok, con un tráfico inimaginable), teniendo en cuenta que en internet ponía que cerraba a las 12 de la mañana. No obstante, teníamos que intentarlo.

Yo había leído acerca de la picaresca de los conductores de tuk-tuk, que tienen la manía de hacerte dar rodeos, aprovechando el caos urbanístico y las interferencias idiomáticas (muchos de ellos no hablan nada de inglés) para luego hacerte parar en cualquier tienda de ropa de conocidos con los que tienen comisión. Como yo ya de primeras, le expliqué incluso trazando en el plano el punto adonde nos debíamos dirigir ipso facto, no pensé que nos fuera a hacer la jugada. Pero sí, después de llevarnos a un punto al otro lado de semejante urbe en tan sufrido medio de transporte, nos hallábamos ante una selecta tienda de ropa, lo cual no hizo sino que me enfadara mucho, más que nada porque íbamos contra reloj, corriendo el riesgo de quedarnos sin ver el mercadillo flotante, cosa que no podíamos permitirnos. En cuanto me di cuenta de la situación, le abronqué tremendamente, para que comprendiera que, más que hacernos gastar dinero, nos hacía perder un tiempo muy valioso. De hecho, se dio cuenta y se arrepintió, y no nos quería cobrar la carrera, pero yo se la quise pagar de todas formas, no sin antes explicarle que no debía jugar sucio con los turistas.

Con esto no quiero decir, que la mayoría de personas no sean trabajadores legales de los que te puedas fiar, pero hay que tener cuidado, sobre todo en la ciudad. En las zonas rurales, la gente es más auténtica (como suele suceder en todas partes). Y esto no quita, que volvería a Bangkok una y mil veces, ya que considero que 2 días es muy poco tiempo y nos quedó muchísimo por ver, así que espero no tardar mucho en poder volver a disfrutar de este espectáculo de ciudad.

Una vez conseguido que el hombre nos dejara donde estaban los taxis, cogimos uno, no sin antes negociar el precio cerrado (muy importante en este país) y nos dirigimos sin demora al mercado. Por suerte para nosotros, aún estaba abierto y pudimos coger un boat para recorrerlo. Pero también es cierto, que con tanto rodeo que dimos, ya no había tanta afluencia de puestos y gente, y fue una auténtica pena no poder verlo en plena efervescencia. Aun así, fue una experiencia que siempre se quedará grabada en mi retina, ir bordeando los canales, descubriendo nuevos olores y sabores de la comida que nos ofrecían a bordo de otras barquitas, y viendo los pequeños establecimientos suspendidos encima del río, es un espectáculo digno de ver. 

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MERCADO DE KHAO SAN ROAD

O de los Mochileros. La mejor forma de pasar la tarde-noche cuando ya oscurece y los numerosos templos que se dispersan por toda la ciudad ya no se aprecian tan nítidamente. Hay varios mercados pero éste es el más frecuentado y el que tiene la fama por ofrecer un montón de bichería como delicatesen:  Puedes elegir desde carne de cocodrilo, serpiente…hasta tarántulas o escorpiones negros, pasando por cucarachas…el paraíso de las proteínas! Lo que más me fascinó, y la vez, horrorizó, fueron las gigantescas escolopendras al espeto, como si de un pincho moruno se tratasen. Fran no se resistió a comerse un buen plato de grillos y saltamontes, ¡pero yo fui incapaz!

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EL GRAN PALACIO DE BANGKOK Y SUS TEMPLOS

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No te irás de esta gran urbe sin verlo. El Gran Palacio es el lugar sagrado más importante de todo el país, y hay tantos turistas-muchos de ellos chinos portando paraguas para protegerse del sol- que es complicado visitarlo sin correr el riesgo de quedarte sin un ojo. Nuestro guía nos hizo un recorrido explicativo por este increíble complejo de templos, ostentosas murallas, figuras de fantasmagóricos guardianes talladas, dorados budas, peculiares altares de culto y peregrinaje, todo en el marco de una arquitectura inigualable mezclada con un sinfín de historia y leyenda, siendo su punto estelar el Templo del Buda Esmeralda (Wat Phra Kaew).

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Algunas cosas útiles que debéis tener en cuenta para visitarlo:

-Indumentaria: no se puede ir con falta o pantalón corto, ni tampoco los hombros descubiertos.

-Ojo con los vaqueros rotos, porque a mi chico le pusieron trabas por ello.

-Recomiendo llevar unos calcetines ligeros. En los templos hay que descalzarse antes de entrar, y puedes acabar con los pies muy sucios.

-Posición: cuando os sentéis o arrodilléis en un templo para contemplarlo o rezar, los pies no pueden mirar directamente hacia el altar. Para ellos es una falta de respeto.

-Puedes mirar a los monjes, e incluso hacerles fotos, pero no les puedes hablar ni dirigirte a ellos. Consiste en otra falta de respeto.

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Tampoco puedes mostrar gestos de afecto tales como abrazos, besos. Es un lugar sagrado en donde se requiere decoro y discreción. Forma parte de la cultura del Gran Palacio.

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BANGKOK DE NOCHE

Una vez ha oscurecido, esta bulliciosa ciudad sigue estando llena de vida y ofrece mil y una oportunidades para divertirte. Una de las opciones más conocidas es subir a un Rooftop bar, y el que se lleva la palma es el Sirocco, famoso por salir en la película “Resacón 2: Ahora en Tailandia!”. Fuimos porque nos lo recomendaron en el hotel, y la verdad es que fue algo decepcionante: las vistas son una maravilla, es cierto, pero desde que entras por el portal y subes al ascensor estás constantemente vigilado, juzgado por tu vestimenta y presionado para sentarte en una mesa y consumir, y es importante decir que en la carta pocas consumiciones hay que bajen de las tres cifras. Y como no nos dejaban tranquilos, al final decidimos marcharnos, ya que nos apetecía estar a nuestro aire. Creo que seguramente hay otros rooftop en Bangkok que ofrezcan vistas similares y donde no estén tan encima de ti todo el rato.

CHIANG MAI: VISITA AL SANTUARIO DE ELEFANTES

Si hay algo que siempre tuve claro antes de viajar a Asia, es que quería visitar un lugar en donde pudiera interactuar con estos animales de los que estoy enamorada. En este país dispones de todo un arsenal de campos y parques donde puedes verlos y estar con ellos. Eso sí, antes de elegir el idóneo, me informé mucho en internet, pues aunque me apetecía mucho también tenía miedo de ver cosas que no me gustasen o que me hicieran sentir incómoda con respecto a cómo los tratan y en qué condiciones viven. De siempre es sabido la esclavitud general a la que los elefantes están sometidos en Tailandia para atraer el turismo, y es algo en lo que no quería caer. Bueno, realmente sabía que un poco caería,  porque para verlos es inevitable sacarlos aunque sea “un poco “ de su libertad, pero sí exijo unos mínimos garantizados de que están en su hábitat, no encadenados y no sometidos a trabajos forzados. Por supuesto, montarlos era algo que ni por asomo contemplaba. Respeto a la gente que lo hace, pero no era lo que yo buscaba.  Al final, me decanté por el Elephant Jungle Sanctuary en Chiang Mai (aunque también están en Phuket, que lo sepáis) por las opiniones que tenía. Quería un sitio en donde la actividad que llevasen a cabo fuese realmente un proyecto ético y sostenible. Como spoiler, os diré que salí muy contenta de allí. No vi nada que me molestase: todo lo contrario. Los elefantes campan a sus anchas en libertad, y el cariño con el que los tratan los Mahouts era el mismo que ellos parecían prodigarles a sus cuidadores, y como digo siempre, los animales son muy inteligentes, y cuando el sentimiento es tan recíproco, notando esa complicidad entre animal y hombre, tengo claro que es porque allí se sienten queridos y bien cuidados. Probablemente os estaréis preguntando qué es un Mahout. Son personas que desde pequeños, aprenden a conocer y a manejar a los elefantes, es una profesión que se suele heredar en la familia. Se supone que ya desde el comienzo te asignan un elefante, con el que te estarás toda la vida, creándose un lazo estrecho y único entre el Mahout y el animal.  No es una tarea fácil, pues esta especie de “doma” se ha de basar en el amor y en el vínculo que sostienen ambos, y el elefante tiene que aprender comandos como caminar, parar, sentarse, etc…No olvidemos que se tratan de animales salvajes cuyo peso medio en la edad adulta ronda las 5 toneladas. Y que nunca sabes cómo pueden reaccionar en un momento dado, o qué se les está pasando por la cabeza. No quieras pensar lo que puede suceder si uno se te cae encima, aunque sea una cría en un intento de jugar…Por tanto, siempre tiene que haber un Mahout en cualquier intento de interaccionar con estas nobles criaturas.

Fuimos en una excursión que la misma agencia nos había contratado. El Santuario estaba en coche como a hora y media de la población de Chiang Mai, y durante el recorrido entre serpenteantes colinas y selva, fuimos viendo ya elefantes en algunas granjas locales que estaban al borde de la carretera que transitábamos. Así que nada más dejarnos allí la furgoneta, en medio de la jungla de Chiang Mai, llegas caminando en unos 10-15 minutos al sitio en donde puedes dejar tus cosas y  cambiarte con la ropa que te dan (porque te vas a ensuciar, y mucho) que consiste en la “karen thai clothing”:  una ropa propia de la tribu tailandesa Karen, que es una especie de casaca bordada a hilo muy colorida. ¡La buena noticia además es que la puedes quedar de bonito recuerdo! Lo primero que se hace, es que te dan una charla introductoria sobre la anatomía y comportamientos de los elefantes,  lo que podíamos y no podíamos hacer, en aras de una feliz y tranquila interactuación con estos animalitos.

Entonces ya estábamos preparados: nos descalzamos (con todo mi pavor ante el riesgo de poder pisar una araña o algo peor) y nos encaminamos a la zona de los elefantes, que en ese momento estaban en una especie de “establos” al aire libre, comiendo un montón de raíces y yerbas. Ahí tuvimos nuestro primer contacto, y mi alegría fue en aumento al ver que había varios “bebés” (lo pongo entrecomillado porque de tamaño no son tan bebés, pero igual de adorables). Acto seguido nos fuimos a un sitio que tienen habilitado para lavarlos Y ahí, esponja en mano y con un cubo de agua en la otra, nos dedicamos a tal menester. Si bien es cierto que eso les relaja, no es absolutamente necesario ya que ellos solos saben mantenerse limpios. Después tocó darles de comer, bananas y bambú, y doy fe que les encanta.

Después de comer nosotros (la comida estaba incluida) y descansar un rato en la zona habilitada al efecto, nos pusimos rumbo a la charca de los elefantes, cerca de un rio que pasa por allí. Cuando llegamos los elefantes ya estaban en el agua, y entonces los Mahouts nos dijeron de recoger el barro que había bajo el agua y tirárselo a los elefantes para restregárselo por el lomo. Resulta que eso ayuda a mantener hidratada y limpia su dura y tosca piel, además de que les relaja. Lo que no nos dijeron era que ese “barro” que estábamos cogiendo (el agua nos daba por la rodillas, más o menos) era realmente heces de elefantes mezcladas con otra materia orgánica. ¡Sí, sí! ¡Como lo escucháis! ¡Estábamos jugando con caca de elefante! Sobra decir que como éramos bastantes personas, y varios elefantes, aquello se convirtió en una batalla campal de tirar bolas, así que todos acabamos llenitos de caca de elefante hasta las trancas jajaja, seguro que muchos os horrorizaréis con esto, yo también lo haría al no estar allí in situ, pero os puedo garantizar que fue una de las experiencias más divertidas de mi vida.

La verdad que fue una visita muy agradable, y me fui de allí llena de buen rollo y buenas sensaciones al ver a los elefantes en todo momento en libertad, haciendo lo que ellos querían (siempre bajo la vigilancia de los Mahouts, porque no nos olvidemos que, por muy dóciles que sean, no dejan de ser animales salvajes) pero me gustó mucho verlos campar a sus anchas en su hábitat natura, y lo más importante, ¡sin cadenas ni nada que los aten!

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PHUKET Y SUS PRINCIPALES ISLAS

Soy de esas personas que nunca mira por la ventanilla cuando voy en avión, debido a mi galopante vértigo (incluso prefiero sentarme lo más lejos posible) pero una de las pocas veces que vencí mi miedo era porque realmente merecía la pena contemplar el Mar de Andamán desde arriba, con sus peculiares formaciones e islas, es todo un espectáculo de la naturaleza ver el océano Índico en todo su esplendor.

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Una vez aterrizados en Phuket, nos llevaron a nuestro hotel, que era un resort en Karon Beach.

Una de las cosas que más me costó decidir a la hora de planificar nuestro viaje a Tailandia fue dónde hospedarnos en la costa. Estábamos entre las zonas de Phuket y Krabi. La primera nos parecía un “must”, es la más turística, con los pros y contras que eso conlleva. No voy a decir que hubiésemos acertado, porque creo que Krabi merece mucho la pena. Seguramente es más “salvaje” y ofrece un panorama más natural y auténtico del país. ¡Pero eso, quedará para otro viaje! Había que ir a Phuket sí o sí, y creo que, si tuviera que volver a decidirlo, haría lo mismo.

Dentro del mismo Phuket, hay una oferta hotelera tan variada y extensa que fui complicado elegir hotel. Desconozco cómo está el tema ahora mismo en la zona, pero antes de la pandemia, por 30 euros la noche tenías una habitación doble con desayuno buffet libre (en los que prácticamente ya salías desayunado y comido)  en un complejo espectacular con todo tipo de servicios. ¡Precios así son impensables en Europa! A ver qué encuentras aquí por ese precio, ¡ni el peor hostel!

Como os decía, Phuket también tiene sus contras. El primer día cuando fuimos a dar un paseo por Karon Beach, me quedé muy decepcionada. Desde un punto a otro de esa larga playa, la orilla estaba llena de basura. Mayormente eran plásticos, pero podías encontrar de todo: desde gafas de sol, hasta el objeto que menos se te pudiera ocurrir. Lógicamente para alguien que va por primera vez a Asia y espera encontrarse una playa paradisíaca, esto es sorprendente. La respuesta: los barcos de turistas. Estamos hablando de una zona en la que cada día se hacen cientos de excursiones en barco y cruceros, por lo que la culpa, es exclusivamente nuestra, de nadie más. Fue muy desolador ver ese panorama que la resaca marina había dejado como prueba de un turismo insostenible e irresponsable. Menos mal que los días siguientes ya no estaba. Pero desaparecer, no desaparece.

Lo que también os quiero decir con esto, es que, si esperáis ver playas paradisíacas en Phuket, no os podéis quedar allí mismo, sino que tenéis que ir a otros extremos de la isla de Phuket, más alejados de la civilización, desplazaros hasta Krabi, o como hicimos nosotros, moveros hasta las islas paradisíacas que el Mar de Andamán nos ofrece, mucho más pequeñas que Phuket.

BAHÍA DE PHANG NGA

Aquí está situado el Parque nacional de Ao Phang Nga, caracterizado por una serie de formaciones rocosas de piedra caliza que emergen como escarpados islotes y cuevas con abundante vegetación, que dibujan una especie de skyline marino espectacular. Lo ideal, y más que ideal es obligatorio, es coger un barco que te lleve hasta allí y hacer un paseo en kayak para poder deslizarse entre estas formaciones, ¡pero no te asustes, que irás con un monitor experto en esos lugares! ¡Hay cuevas que son tan bajas que en algunos tramos tienes que tumbarte en el kayak para poder pasar, de tan poca altura que hay! Pero gracias a eso consigues entrar en espectaculares lagunas interiores a las que de otra forma no tendrías acceso, y créeme que merece mucho la pena porque no verás nada semejante en ningún otro sitio del mundo.

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Otra de las visitas más frecuentes (la hicimos el mismo día) es a Ko Khao Phing Kan, más conocida como “Isla de James Bond”, ya que allí se filmó la peli de la saga “The Man with the Golden Gun”, con Roger Moore haciendo del súper espía y Christopher Lee en el papel de villano. Así que os podéis imaginar cómo está de turistas debido a la película. Es tan conocida que incluso hay mujeres que tienen su propuesta de matrimonio allí mismo (de hecho fuimos testigos de una, ante el aplauso de las hordas de turistas allí presentes contemplando la pedida del chico hincando la rodilla en la orilla anillo en mano). A pesar de lo masificada que está, creo firmemente que merece la pena verla, aunque sólo sea por la exoticidad de su entorno, siendo lo más característico un monolito de 20 metros más estrecho en la base que está en medio de la playa, llamado Ko Tapu.

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KO PHI PHI

Otros de los imperdibles de la costa oeste de Tailandia es este archipiélago formado por varias islas, aunque las más grandes y con mayor reclamo turístico son Koh Phi Phi Don, Koh Phi Phi Leh. Mención aparte para la Mosquito Island, la vimos desde el barco y tenía una pequeña playa muy bonita. Nuestra primera parada fue Koh Phi Phi Leh, ya que obvio no nos podíamos ir de Tailandia sin ver la híper famosa Maya Beach (lo que hace el cine, eh?) Por si alguno está todavía perdido, esta playa sale en la película “La Playa”, de Leonardo DiCaprio (cuando ya era ultra famoso después de Titanic). No es la mejor playa de Tailandia en el ranking, seguramente, ni mucho menos. Nosotros además tuvimos mala suerte, pues justo en 2018 el Gobierno Tailandés decidió cerrarla a los bañistas y barcos (prohibición que no se levantó hasta hace muy poco) debido al trastorno que el turismo masivo estaba provocando al ecosistema del lugar (imaginaos hasta qué punto estaba afectando para tomar semejante decisión) así que nuestra lancha sólo pudo pararse a una distancia bastante grande de la línea de playa para que tomásemos unas fotos, pero muy le dejos. No se podía fondear para que nos pudiéramos bañar o desembarcar en la arena. ¡Una pena! ¡Pero eso es porque hay que volver!

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Después pusimos rumbo a Koh Phi Phi Don, que es la más poblada y tiene hasta varios restaurantes, comercios, mercadillos, etc…Allí fue donde comimos, en un restaurante sobre la magnífica playa llena hasta la bandera de las singulares embarcaciones de pesca típicas de la zona, ataviadas con cintas de colores, las “longtail”, una de las postales más míticas de esa isla, donde te tienes que hacer una foto sí o sí con ellas de fondo.

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Tras comer subimos de nuevo al barco para dirigirnos a la “Monkey Beach”, situada en la misma isla. Sobra decir que, como amante de los animales, era uno de los momentos más emocionantes para mí del viaje, junto con la visita a los elefantes. A medida que nos íbamos acercando a dicha playa, nos dieron unas instrucciones muy claras que se resumían en que hay que tener cuidado con los monitos. Son muy simpáticos, pero algo traicioneros según les pille el día, y sobre todo…¡muy ladrones! Jeje Nada de llevar gafas de sol, sombreros, cintas del pelo, bisutería vistosa o similares, y mucho cuidado con las cámaras de fotos y móviles, porque es muy frecuente que turistas vean marchar las suyas al interior de la maleza de la isla, para no volver jamás. Prueba de esto es que, en cuanto el barco fondeó en la playa, varios monitos ya se acercaron por el agua curiosos y se subieron a investigarnos, y una niña pequeña empezó a chillar porque uno de ellos se apropió indebidamente de la lata de Fanta que tenía en la mano, y ni corto ni perezoso, empezó a bebérsela con todo el morro del mundo.

Después de esta simpática anécdota, nos amarramos bien nuestras cámaras y bajamos a la playa. Aquí pudimos estar un poco con ellos y sacarnos fotos, hay que recordar que está terminantemente prohibido darles de comer, pues se vuelven muy pesados y luego no te dejan en paz.  Y nuevamente la mala suerte hizo acto de presencia, pues empezó a diluviar y los monitos escaparon corriendo al interior de la selva, así que nos tuvimos que subir al barco antes de tiempo y terminar con la visita.

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