Cuando los visitantes aterrizan en Japón, pueden disfrutar de múltiples opciones, desde recorrer las megaciudades dotadas de alta tecnología hasta los pequeños y tranquilos pueblos del campo. Estas zonas retiradas de Japón poseen un estilo de vida relajado y en profunda conexión con la naturaleza. Así, estos son algunos de los pequeños pueblos imprescindibles en un viaje al país del sol naciente.
Shirakawa-go, la joya de la UNESCO
Esta aldea, declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, se encuentra ubicada en la prefectura de Gifu y es un claro ejemplo de belleza y perfección. Sus impactantes casas de estilo gassho-zukuri (gassho significa “manos rezando”) con tejados a dos aguas están construidas sin clavos y sus vigas encajan de forma impecable. La estructura es tan estable que estas casas llevan en pie desde su construcción hace más de 200 años. Varias de ellas son alojamientos, por lo que los visitantes pueden adentrarse en el pasado rural y vivir esta experiencia en primera persona. Dos actividades culturales indispensables para conocer la historia de Shirakawa-go son la Casa Museo de la Seda (The Tajima House. Museum of Silk Culture), dado que la cría de gusanos de seda era la principal actividad en la localidad, y el Museo Templo Myozenji, antigua residencia de monjes convertido actualmente en un museo que narra la historia del templo desde 1748.
El pueblo mercante: Omihachiman
Situado a orillas del lago Biwa y en la ruta de Nakasendo (el camino medieval que conectaba las ciudades de Edo, la actual Tokio, y Kioto), Omi fue una próspera ciudad mercante durante siglos. Sus numerosos templos fueron testigo de la riqueza y generosidad de los primeros comerciantes Omi. Una de las maravillas de la localidad es el templo Eigen-ji, atravesado por las claras aguas del río Echigawa y nutrido de numerosas variedades de arce que en otoño ofrecen una asombrosa fiesta de color. Es aquí donde se celebra, a mediados de marzo, el festival del fuego de Omihachiman Sagicho, conocido como uno de los festivales más llamativos de Japón. Una procesión de hombres vestidos y maquillados se encargan de pasear las carrozas sagicho por toda la ciudad. En el culmen de este acontecimiento, todas las carrozas se queman mientras los integrantes bailan alrededor del fuego.
Rastro de un mundo rural en Suganuma
En la prefectura de Gifu también se encuentra la aldea rural de Suganuma y sus bien conservadas casas rebosantes de encanto y sencillez. En verano, son un relajante refugio frente al enorme bullicio de las ciudades, mientras que, en invierno, los viajeros sentirán como si se hubieran adentrado en un antiguo grabado ukiyo-e de tejados nevados con estampas de absoluta belleza rústica. El atractivo de Suganuma reside, especialmente, en su perfecta armonía entre naturaleza y cultura. Los dos museos más destacados de la zona son el Museo del Salitre y el Museo del Folclore (Gokayama Folklore Museum). Además, si las personas que visiten esta localidad lo hacen en enero o en febrero, tendrán la posibilidad de disfrutar de ver un paisaje nevado con la iluminación “Yukiakari” (que significa “luz de nieve”) que se celebra todas las noches de invierno.
Uchiko y sus grandes mansiones
Un simple paseo por Uchiko, ubicado en la prefectura de Ehime, traslada a sus visitantes a tiempos pasados. La tranquila localidad ofrece al turista una visión del Japón del siglo XVIII, con su magnífico teatro Uchikoza y las antiguas residencias de los magnates de la cera. La majestuosidad de las mansiones de las familias Honhaga y Omura se aprecia directamente desde el exterior de las mismas. Una visita obligada es el Museo de Cera de la Residencia Kamihaga, un magnífico ejemplo de la arquitectura de la época y la historia viva de la propia ciudad. Además, a principios de agosto se celebra el Sasa Matsuri de Uchiko, un festival en el que las calles se engalanan con serpentinas coloridas hechas de papel, objetos domésticos reciclados y bambú. Los residentes dedican semanas enteras a preparar tan elaborada decoración.
Ouchi-juku, una inmersión al periodo Edo
En la prefectura de Fukushima se encuentra la localidad de Ouchi-juku, distinguida por albergar edificios de más de 300 años, con tejados de paja y calles por donde discurre agua a ambos lados. Cuenta una leyenda local que el príncipe Mochihito vivió oculto en Ouchi-juku durante el período Heian (794-1185) tras perder una importante batalla, por eso en la ciudad hay un santuario dedicado a su persona. La aldea es singularmente famosa por sus fideos soba caseros, que, para comerlos, en vez de palillos, se utiliza un puerro a modo de cubierto. Situado en el centro de la calle principal, se encuentra el pabellón de exposiciones municipal Machinami Tenjikan, el lugar perfecto para explorar el estilo de vida del período Edo (1603-1868), encontrando obras de arte tradicional y diversos objetos históricos.
Kurashiki y la cultura del tejido vaquero
Kurashiki es conocida como la capital vaquera de Japón y atrae a captadores de tendencias de todo el mundo. Esta población de la prefectura de Okayama tiene una gran variedad de opciones, desde centros comerciales y un parque de establecimientos outlet, hasta antiguas galerías comerciales cubiertas. El lugar más popular para los visitantes es el barrio histórico de Kurashiki Bikan, atravesado por el río Takahashi y conocido como la Venecia japonesa, donde pequeños barcos transportan pasajeros de un lado a otro del río continuamente. A juzgar por el tamaño de las casas tradicionales que se encuentran en la orilla del río, es evidente que Kurashiki fue hogar de ricos comerciantes. Uno de ellos, Ohara Magosaburo, fundó en 1930 el primer museo privado de Japón con una colección propia de arte occidental, además de ser el mecenas de un pintor local llamado Kojima Torajiro. Como resultado, el Museo Ohara, que se asemeja a un templo griego, reúne verdaderas joyas de la pintura del arte occidental y japonés del siglo XX, además de la única obra de El Greco presente en un museo japonés.
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