Nos acercamos hasta Nueva Zelanda, el destino ideal para todos aquellos que quieren experimentar una nueva cultura y que buscan nuevas experiencias y aventuras. Este país es la tierra de los mil paisajes y todos ellos nos dejarán boquiabiertos: selvas tropicales, impactantes montañas, volcanes, playas de postal… Sin embargo, en esta ocasión queremos pasear por una de sus ciudades más destacadas. Visitamos una de las mayores y más bellas urbes de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Estamos en Dunedin. Situada en la bahía de Otago, fue fundada a mediados del siglo XIX por inmigrantes escoceses. Muy pronto se convirtió en un lugar de gran prosperidad y popularidad que despegó rápidamente gracias a la presencia de oro.
Dunedin presenta un patrimonio histórico y arquitectónico y una imagen mucho más europea que otras ciudades neozelandesas. De hecho, debido a su herencia escocesa, es conocida popularmente como la Edimburgo de Nueva Zelanda. Es una pequeña y bonita urbe que disfruta de un entorno espectacular. Está rodeada de bellas colinas y posee un pintoresco y encantador puerto con vistas al océano Pacífico.
Al caminar por su centro histórico nos van saliendo al paso increíbles mansiones, iglesias, grandes y monumentales edificios, bonitos jardines…, todo envuelto en un ambiente dinámico y lleno de vida que puede verse en sus cafés, sus establecimientos y sus fascinantes muestras de arte callejero.
Sin duda, hay mucho que ver en Dunedin, aunque nuestros pasos van a centrarse en tres puntos clave de la ciudad, tres grandes edificios de obligada visita.
La antigua estación de ferrocarril
Es uno de los edificios más espectaculares y, en consecuencia, más fotografiados de la ciudad. Es una construcción centenaria con una fachada cuya belleza no pasa desapercibida. También su interior está repleto de interés. Buena muestra de ello es el suelo de mosaicos que luce uno de los espacios de la estación y que está elaborado con más de setecientas mil baldosas de porcelana.
En la actualidad, el edificio se ha convertido en un museo que incluye un restaurante, una galería de arte y unos hermosos jardines que rodean a la antigua estación.
Catedral de San Pablo
No es la única catedral con la que cuenta la ciudad. También está la de San José, pero hemos realizado esta parada en la de San Pablo por su impresionante imagen y por su calidad de diócesis anglicana y sede del obispo de Dunedin.
Se encuentra en el Octágono, el espacio central de la ciudad. Los trabajos de construcción de templo se iniciaron en 1862, pero permaneció inacabada mucho tiempo, en especial porque se agotaban los fondos destinados a levantar tan monumental edificio. Una de sus características más valoradas es su magnífica acústica, por lo que no es extraño asistir a un concierto de música religiosa en su interior. Además, cuenta con un espectacular órgano de 3.500 tubos.
Castillo de Larnach
Se encuentra a poco más de diez kilómetros de distancia de la ciudad y es el único castillo que existe en toda Nueva Zelanda. Fue levantado en 1871 por William Larnach, adinerado comerciante y político australiano de ascendencia escocesa, como regalo para su esposa.
La construcción del castillo duró unos tres años y fueron necesarios más de doscientos obreros para darle forma. Además, varios maestros artesanos fueron los responsables de adornar y embellecer el interior del edificio con los mejores materiales y detalles.
El castillo de Larnach, actualmente en manos privadas, posee unos hermosos jardines que suponen un aliciente añadido en la visita a este edificio histórico de Dunedin.
Antes de abandonar Dunedin, los amantes del deporte estarán encantados realizando una visita al estadio Forsyth Barr, un gran espacio multiusos destinado a deportes como el rugby o el fútbol y también a conciertos, conferencias y todo tipo de eventos. Cuenta con la peculiaridad de estar cubierto de forma permanente por un techo transparente.
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