Una medina azul en la que da la sensación que te elevas a lo más alto de la existencia. Chefchaouen embauca por su ubicación, por su color, por el entramado de sus calles, por su gente y, cómo no, para todos es conocido que está situada en las montañas del Rif, meca de la plantación de hachís.
El nombre accawen significa en rifeño «los cuernos», en referencia a los dos picos visibles desde la ciudad. Una creencia popular afirma que el nombre shifshawen procede del árabe coloquial shuf (mira) y del rifeño arabizado ashawen (los cuernos), pero no hay evidencia alguna de ello.
La medina empezó a pintarse de azul para ahuyentar a los mosquitos, lo que la ha convertido en una auténtica paletade azules. Como dato curioso cabe remarcar que las calles que están pintadas de azul indican que no tienen salida. Perderse por sus callejuelas es todo un espectáculo de azules, una de las medinas sin duda alguna más fotogénica de Marruecos.
Chefchaouen estuvo cerrada a los turistas durante muchos años, por considerarse una ciudad Santa. Fueron las tropas españolas las que abrieron Chauen al tomar el control de toda la zona norte del actual Marruecos para instaurar el protectorado concedido por la Conferencia de Algeciras (1906) y definido por el tratado hispano-francés de 1912. Cuando los españoles llegaron, la ciudad tenía una importante población judía sefardí que hablaba judeo- español.
Cuenta la leyenda que Chaouen está inspirada en Vejer de la Frontera (Cádiz) y su origen se remonta a Sidi Ali Ben Rachid, un emir marroquí que se enamoró profundamente en España de una mujer llamada Zhora, la cual era de Vejer de la Frontera. Vejer estuvo bajo la influencia árabe por más de 500 años. Ellos se casaron y fueron exiliados a Marruecos, donde se asentaron en una población bereber (la actual Chaouen). El emir ganó influencia, pero su esposa Zhora estaba triste, así que el emir, por el profundo amor que tenía por ella, decidió recrear en Chaouen a Vejer de la Frontera.
La vida central de Chaouen se localiza en la plaza Utta el Hammam, una plaza presidida por la alcazaba y la gran mezquita de base octogonal (complicado ver esto en Marruecos). Las alcazabas o kasbahs suelen tener su razón de ser en fortificar una zona que suscita cierto interés estratégico, no obstante la intención en la construcción de la de Chaouen fue diferente. Habida cuenta de los intentos de los portugueses en Ceuta por adueñarse de la costa norte del país, se pensó que un lugar como Chaouen, oculto por las montañas y abastecido por un río, era idóneo para fortalecerse y lanzar ataques a los portugueses. Para ello, se diseñó un recinto amurallado con fines militares y espacios destinados a alojar al emir y a su familia, súbditos, soldados y prisioneros, además de una mezquita y un amplio espacio vacío que vertebrara el futuro desarrollo de la zona, lo que hoy se conoce como la plaza Utta el Hammam.
Otro de los puntos más emblemáticos es el manantial de Ras el Maa que brota en forma de cascada de la ladera de la montaña con un agua tan fría y cristalina que los lugareños dicen que «al beberla se rompen los dientes». En el río existen todavía varios molinos de harina y es habitual contemplar a las mujeres rifeñas haciendo la colada en los numerosos lavaderos. Aunque hay que decir que algunos ahora mismo ya solo se utilizan para depositar miles de objetos de souvenirs.
También existe la plaza Hauta, una pequeña plaza no muy alejada de la gran Utta -el- Hamman, en cuyo centro hay una fuente monumental utilizada siempre por los habitantes. Está fuera de la actividad turística y el lugar es íntimo.
Pero lo mejor de chaouen es dejarse perder por sus callejuelas y sorprenderse en cada rincón con una imagen, un gato, un lugareño, alguien que te quiere vender hachís. Entrar en los pequeños bazares, muchos de ellos repletos de ungüentos, hierbas mágicas, pintalabios bereberes, azulete. Ir a los cafés donde van los lugareños y dejarse embriagar por el aroma del kif, la hierba que se desecha del hachís y se fuma en una pequeña pipa llamada psepsi.
También es muy recomendable comer la baisara, sopa de habas autóctona de la zona y que los lugareños toman como desayuno para tomar fuerzas. Y cómo no comer queso de cabra que las mujeres bajan desde las montañas a lomos de los burros y mulas y después dejan en las puertas de las gentes.
Muy interesante subir a la mezquita española, desde donde tienes una panorámica impresionante de la medina, donde parece que se trata de un lienzo. Si tengo que recomendar algún momento es, sin duda, antes de la puesta de sol, para poder ver cómo la ciudad se apaga y se enciende y escuchar desde fuera la llamada a la oración casi en estéreo.
En otra ocasión hablaremos un poco más de la personalidad del rifeño y de la medina nueva de Chefchaouen.
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Si quieres conocer más detalles sobre Marruecos, puedes dirigirte a la página de nuestra colaboradora especialista en este país, Susana Álvarez: descubriendomarruecos.com
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