Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981) es un periodista autónomo que vive en Johannesburgo (Suráfrica) y trabaja cubriendo la actualidad y los confictos de toda África para La Vanguardia y otros medios de comunicación. Distinguido en numerosas ocasiones por su labor como corresponsal, es autor de los libros "Océano África" (Península, 2014) e "Hijos del Nilo" (Península, 2017).
Su obra más reciente es el fruto de haber recorrido el río más largo de África desde el nacimiento hasta su desembocadura para descubrir a sus gentes, sus culturas y sus tradiciones. A través de las historias de quienes habitan sus orillas, Xavier nos acerca la realidad de un continente que, a pesar de ser un gran desconocido, no es en realidad tan lejano. "Porque el Nilo -dice- es un pedazo del alma de la cultura occidental, una oportunidad de mirar al diferente, de entender al otro y entendernos a nosotros mismos".
Xavier habla de África como "una tierra acogedora, donde la humanidad se practica a diario" y nos trasmite un "potente mensaje de amor" de sus gentes: "decir al otro que es más importante que el tiempo". "Lo que es envidiable, más que el tiempo, es que el otro pasa por encima de las prisas. Siempre hay tiempo para saludar, para charlar y escuchar", comenta en la entrevista.
"Para conocer África no basta con
soñarla, pero normalmente se empieza
a soñar con ella antes de conocerla"
Lo primero de todo, quiero agradecerte tu atención y felicitarte por el éxito de tu segundo libro, Hijos del Nilo y por tu compromiso con un continente tan especial como África, no sé si tan necesitado de nosotros, o nosotros de él. Sé que tu atracción por África viene desde pequeño, que tu familia te inculcó cierta relación con ese continente a través de libros y cuentos, pero ¿cómo fue tu primer contacto ya en la piel y cómo se ha ido fraguando esta relación tan personal que tienes?
Para conocer África no basta con soñarla, pero normalmente sí se empieza a soñar con ella antes de conocerla. A mí me pasó. Quería ir al continente desde mucho antes, pero la primera vez fue con 20 años y a Mali. Estuve más de un mes y, pese a no conocer a nadie antes, no dormí ni un día en un hotel. Los malienses son muy cálidos y me acogieron con los brazos abiertos. A mí me encanta África, pero idealizar un lugar o un pueblo es el primer paso hacia el fracaso. No hay un pueblo mejor que otro, ni un continente mejor que otro, simplemente hay seres humanos con sus defectos y virtudes y, si me dejan los africanos, yo estaré encantado de explicar sus historias. Para mí es un privilegio.
Periodista, pero también escritor, gran observador y contador de historias humanas. Aunque una de las características de tu escritura creo que es el acercamiento entre literatura y periodismo, la atemporalidad de tu escritura, pese a centrarte en personas concretas y temporales, pero la falta de necesidad de escribir algo que mañana sea noticia y pasado caduque. ¿Es eso lo que te permite profundizar y encontrar el lado más humano siempre entre la tragedia y la desolación?
Es imprescindible ir más allá de la herida. Las personas somos mucho más que el aspecto traumático que podemos haber sufrido. No son niños soldado, mujeres violadas u hombres refugiados. Son personas con un pasado, un presente y un futuro. Que tienen problemas a veces, sí, pero que los afrontan según su contexto y personalidad. Que ríen, lloran, echan de menos y confían. Ese aspecto humano, que nos iguala a todos porque todos conocemos esa forma de sentir, me parece importante porque nos confirma que no somos tan diferentes, simplemente hemos tenido más suerte por nacer aquí y no allí. Para entender al otro, para ir más allá de la herida, hace falta pausa. La empatía no es una intención, es un esfuerzo diario, y sólo podemos comprender al otro si invertimos tiempo para escucharle. Eso intento desde mi pequeño rincón.
Me llama especialmente la atención, en tu libro, el caso de la hija de Moses. Dices que a ella no le duele que a su padre lo secuestraran. ¿Representa esa postura el desconocimiento de la propia historia, o por el contrario es una manera de sobreponerse y seguir adelante que debería ser ejemplo en otros conflictos?
En ese caso concreto me sorprendió la constatación de que el horror de Moses ya no era nada para su hija. Es pequeña y vive en un país en paz, Uganda, y su olvido, que es el olvido de las nuevas generaciones, quizás es peligroso, pero también sanador. Desde el odio y el rencor es imposible construir nada, así que quizás por un tiempo es la única forma. También puede que para el propio Moses sea mejor que su hija no quiera saber quién fue.
¿Cómo conviven esas historias tan llenas de vida, ternura, sentimiento, con esas tragedias? ¿Son la coexistencia de esos extremos lo que marca ese continente?
Es el ser humano en realidad. Somos eso: capaces de odiar y querer, de ser generosos y egoístas, de ser héroes o verdugos. A menudo todo eso convive dentro de nosotros. En África también, pero como allí hay mucha calle, y las redes sociales (las de carne y hueso) son tan importantes en la vida diaria, eso se manifiesta de forma más directa. Cuando todo se derrumba más aún: en la guerra o el hambre surge la bestia o el ángel que llevamos dentro. Aquí y allí. Los periodistas ponemos el acento en los verdugos, en el lado salvaje, pero también hay millones de africanos que, cuando es más difícil, deciden actuar como seres humanos y arriesgarlo todo para ayudar a los demás. Y son mayoría.
Dices en Hijos del Nilo que el miedo siempre busca excusas y cuentas un caso concreto en donde abandonaste un bar por miedo a una bomba. ¿Se puede vivir sin miedo en la África más profunda? ¿Miedo a qué? Y en tu caso concreto, al ser blanco, ¿cómo afecta?
Esa escena no es tanto un problema de miedo como de prejuicios. Esos tan peñigrosos: los que piensas que ya no tienes. África en general es una tierra acogedora, donde la humanidad se practica a diario. Yo no asocio África al miedo, pero no porque sea valiente, que no lo soy, sino por la experiencia. Cuando viajas por lugares acostumbrados a la convivencia, a arrimar el hombro, a vivir en comunidad, lo normal, si les dedicas tiempo y respeto, es que te ayudan y te protejan. Luego hay decenas de países donde cualquiera puede ir de vacaciones donde el miedo ni siquiera cabe. Madagascar, Ruanda, Uganda, Senegal, Namibia, Botswana, Cabo Verde... y podría seguir, son países en calma.
"La población de África crece y el
desierto avanza. Donde los recursos
escasean, crecerán los conflictos"
Muchas veces se trata a un continente tan plural, diverso, multiétnico y políglota como a un país. Tú sueles hablar de muchas Áfricas, pero ¿existen rasgos comunes a África?
Yo hasta ahora no he hecho más que generalizar, así que tampoco me voy a desmarcar ahora. Como marco geográfico nos ayuda a entendernos. Igual que hablar de Europa, Estados unidos, Occidente u Oriente. El problema es cuando las palabras son un muro y elimna la diversdad. Hay muchas Áfricas igual que hay muchas Europas. Se trata de aplicar el mismo respeto.
Creo, personalmente, que África tiene una relación muy especial con dos elementos: uno es el agua y otro el tiempo. El primero es muy preocupante y el segundo no sé aún si también o, todo lo contrario, envidiable. ¿Cómo lo ves tú?
La población de África crece y el desierto avanza. Donde los recursos escasean, crecerán los conflictos. Ya ocurre entre los nómadas ganaderos y los granjeros sedentarios en Nigeria, Sudán del Sur u otros lugares. Lo que es envidiable en África, más que el tiempo, es que el otro pasa por encima de las prisas. Siempre hay tiempo para saludar, para charlar y escuchar. Y ese mensaje, decir al otro que es más importante que el tiempo y las prisas, es uno de los mensajes de amor más potentes. Luego te hacen esperar cuatro horas en el bar por un pollo con papas, pero eso es otro tema. En las relaciones personales, la prioridad es el otro, no el reloj. Y creo que está bien.
En tu obra Hijos del Nilo hablas de la controversia que surge muchas veces a la hora de construir embalses. Por ejemplo, hablas de casos en Egipto y Etiopía y el caso concreto de Ismail. ¿Cómo se puede combatir la sequía sin estas controversias?
Son problemas complejos y que vienen de lejos. Supongo que la clave es ser conscientes de que hay que ponerse de acuerdo para convivir. Si todos intentan ganar todo, todos pierden. Pero vaya, eso aquí, allí y en todos sitios.
Hace apenas 60 años que se independizó el primer país africano, Ghana. Dos generaciones más tarde, ¿crees que, en general, ha habido una evolución positiva? ¿De dónde hacia dónde?
Depende del país. Sudáfrica, pese a las cicatrices, es un país indiscutiblemente mejor que hace 30 años. Ghana, Botswana, Senegal también. Pero en todo caso, aunque algunos estén fatal (Rep. Centroafricana, Somalia, Sudán Sur...) creo que dejar atrás la colonización es un paso positivo siempre. Luego pueden darse dos pasos hacia atrás, pero yo prefiero equivocarme libre a que mi carcelero acierte por mí.
¿Por qué crees aún hoy en día llega tan poca información de un continente tan grande, plural y humano?
Porque en la ecuación que rige la información, marcada por la influencia en Occidente, la importancia y el impacto (las tres íes) acostumbra a perder. No es tanto la lejanía en kilómetros como la poca influencia en Occidente de que 200 africanos sean asesinados. En cambio un mal tuit de Trump tiene un impacto brutal, aunque no sea tan importante. No intento justificar lo injustificable, a mí no me gusta que sea así.
"Los jóvenes africanos están cada vez más educados
(...) pero tener a un pueblo educado, es decir, libre,
también quiere decir que te pedirá cuentas"
Stiglitz decía que muchas de las cosas que sucedían en el mundo pasaban porque no había información. Con los tratados de no injerencia, ¿qué deben hacer los gobiernos occidentales y los ciudadanos para ayudar a mejorar situaciones de continuos conflictos, hambrunas y violaciones de derechos humanos?
La política ciudadana no es sólo votar cada cuatro años, que por cierto también se influye votando a un partido u otro. En cada gesto podemos intentar cambiar las cosas y lo digo sin tirar de utopía ni ingenuidad. Si te sientes una pequeña parte de un gran engranaje mayor, con continuidad en el tiempo, haces tu parte para que el mundo sea un poco más empático y cambie a mejor. Antes las mujeres no votaban y los homosexuales no tenían derechos y eso cambió gracias a la lucha de mucha gente, desde líderes sociales y políticos al padre, la madre o el profesor que dejaron de aceptar ciertas cosas. No dejarse vencer por el discurso del miedo al otro, muy de moda últimamente, es también una forma de resistencia. Seremos lo que nos atrevamos a ser, probablemente. Ojalá seamos valientes.
En tu último libro, dices: “El camino más corto hacia la libertad siempre empieza con la cultura”. ¿Ves algún país africano más comprometido en ese sentido, con un auto conocimiento más grande y un sentido de responsabilidad mayor?
Los jóvenes africanos están cada vez más educados y Ruanda, por ejemplo, ha puesto de su parte. Pero el esfuerzo viene sobre todo de la gente. Para los gobernantes es un riesgo. Tener a un pueblo educado, es decir, libre, también quiere decir que te pedirá cuentas.
El caso prodigioso que cuentas en el libro de Grace puede recordar en ciertas cosas a Moussa Ag Assarid, incluso a Albert Camus, ¿pero son grandes excepciones o representan un intento de crecimiento cultural de una parte de la sociedad?
El ser humano quiere mejorar la vida de los suyos. Desde siempre y en cualquier lugar. Las olas migratorias o de refugiados, por ejemplo, no están impulsadas sólo por el miedo o la amenaza a el hambre, la guerra o la falta de futuro. El amor hacia los tuyos, a mejorar sus vidas, lleva cada día a padres y hermanos, a madres e hijas a arriesgarlo todo por darles una oportunidad mejor a los suyos. Hay miles de refugiados y migrantes que siguen adelante, pese al miedo y los riesgos, porque piensan en los suyos. No lo digo porque lo crea, lo digo porque me lo han dicho ellos mismos.
Señalas la figura de la mujer como fundamental en el crecimiento de África. Dices en el libro, refiriéndote a Etiopía, que su verdadero callejón sin salida es no ser conscientes de sus derechos. ¿Hay algún país que despunte en la toma de conciencia de los derechos de la mujer y que eso se refleje en la sociedad? ¿Cuál crees que es la evolución en este sentido y la perspectiva en las próximas generaciones?
Ruanda o Botswana sacan buena nota últimamente, pero el camino es largo. A veces culturalmente hay oasis como los pigmeos, que igualan a hombres o mujeres, o los malgaches de Madagascar, cuya palabra para referirse a alguien anciano y respetable, que merece la mayor de las reverencias, se traduce como “padre y madre”, indistintamente de si es mujer u hombre. Pero también hay injusticias en ambos lugares. La lucha por la igualdad será larga y necesita que los hombres la veamos también como nuestra lucha. No es tanto una lucha por la igualdad, que también, sino por la justicia. Y ahí debemps estar todos.
El turismo muchas veces es fuente de salvación de los países y otras muchas de perdición. En tu libro dices, literalmente, refiriéndote a Egipto: “La ausencia de turistas iba más allá de una contrariedad, era una auténtica hecatombe social”. ¿Cuál crees que puede y debe ser la relación con el turismo de África en los próximos años? ¿Ves algún país más preparado para empezar a desarrollar una industria turística? ¿Y qué impacto puede tener económica y culturalmente?
Hay muchos países ya preparados para recibir a turistas y que son una delicia. Que mantienen su autenticidad y no se han dejado perder por el turismo de masas. Madagascar, Botswana, Namibia, Uganda, Camerúm, Etiopía, Ruanda, Mozambique... hay decenas de ejemplos.
Muchas gracias Xavier, por acercarnos un continente tan maravilloso, y por colaborar también en proyectos tan interesantes como 5w y Muzungu.
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