Juba II, del que quizá el lector desconozca cualquier dato, fue rey de Numidia y Mauretania (con e, para diferenciarla de la actual Mauritania), un soberano culto, romanizado, autor de varias obras y organizador de una expedición científica a Madeira y Canarias. Curiosa esta vinculación con nuestro país.
Para trazar su rastro, algo más de dos milenios atrás, tomamos la carretera que comunica el este con el oeste de Argelia, salimos de la capital y nos dirigimos hacia oriente. Los 70 kilómetros de trayecto nos ponen en contacto con viviendas sociales construidas por una empresa china a las afueras de Argel, con el Mediterráneo azul y mágico que no termina de darnos la bienvenida por la niebla, y las suaves montañas con el verdor del inicio de la primavera.
Los romanos se interesaron por Numidia, que abarcaba el norte de Marruecos, Argelia y Libia, tras su victoria sobre Cartago en la Segunda Guerra Púnica, a finales del siglo III a.C. Los númidas fueron sus aliados.
Tumba real
La niebla devora la colina que alberga la tumba de Juba II y su esposa Cleopatra Selena II, también conocida como Cleopatra VIII, hija de Marco Antonio y Cleopatra. Ese matrimonio fue parte del pacto con su suegro para recuperar el trono. Las densas nubes bajas aportan teatralidad, misterio, al inmenso túmulo. El viento rompe el silencio y la fina lluvia nos amedrenta.
Esta tumba real fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1982, como otros restos romanos. También se conoce como la “tumba de la cristiana” por una cruz tallada en una de sus puertas falsas. Sin embargo, se trata de un signo bereber. El cristianismo tardaría aún dos siglos en llegar. La rodeamos y admiramos su armonía, su forma redondeada. Las piedras desperdigadas son consecuencia de los daños provocados por los bombardeos turcos. Nos asomamos a los campos circundantes. Estamos sobre un altozano que es un buen mirador… sin niebla.
El padre de Juba II, Juba I, apoyó a Pompeyo en su lucha contra César. Tras la derrota en la batalla de Tapso se suicidó. El vencedor incorporó al joven Juba a su procesión triunfal. En Roma gozó de una educación excepcional.
Puerto de Cherchell
La experiencia en el Reino de Numidia fue corta. Juba y Cleopatra no fueron aceptados por la población local por su excesiva romanización y se establecieron en una nueva capital, Cesarea, la actual Cherchell, de la que nos separan unos kilómetros. Nos dejan frente al hotel Césaree, el Museo Arqueológico y el Jardin Front Mer. Imprescindible asomarse al puerto que nos recuerda a los pequeños puertos pesqueros de nuestro Mediterráneo hace varias décadas. Ese puerto fue atacado por la Armada Española en 1612 y 1613.En 1937, en el marco de la Guerra Civil española, se registró una escaramuza entre el crucero Baleares, del bando franquista, y un convoy de mercantes que era escoltado por buques de guerra republicanos.
Foro romano de Cherchell
El rastro romano de Cherchell hay que buscarlo entre las calles y viviendas de la ciudad nueva construida por los franceses en el siglo XIX. Muchos de esos restos están bajo los cimientos de esas construcciones, ocultos o destruidos. Cada vez que excavaban aparecía un templo, una villa, múltiples objetos, estatuas y mosaicos que fueron conducidos al Museo Arqueológico o acabaron en prestigiosos museos. De la ciudad fenicia del siglo IV a.C., denominada Lol, apenas quedan restos.
Nuestro caminar hacia el teatro nos lleva ante la Mezquita Erraham, de fachada similar a un templo griego y con un alminar que recuerda un faro romano. La Mezquita de las Cien Columnas, o Ennour, fue fundada en el siglo XVI por andalusíes que huyeron de nuestro país. El tejido urbano es curioso.
El teatro queda encajado entre construcciones anodinas. Quizá algunas utilizaron sus sillares, algo habitual en la ciudad. En aquel momento no se valoró el pasado romano. Aún podemos hacernos una idea del trazado, la escena y las gradas. Ampliaron su perímetro y se convirtió en un anfiteatro.
Continuando nuestro deambular encontramos los foros en una manzana protegida por una valla y sin que haya intención de someterla a una transformación que la haga atractiva al visitante.
Los acueductos, las termas y otros vestigios prolongan el interés de esta ciudad que fue obispado desde el 314 al 484 d.C. y que previamente fue testigo de las persecuciones a los cristianos en época de Diocleciano. El emperador Marco Opelio Macrino nació en Cesarea en 164 d.C. y gobernó entre 217 y 218.
Un paseo por el mercado, con sus jugosos productos frescos, sus verduras y pescados, su marisco, su ajetreo y vivacidad rematan nuestra visita. Entusiasma el pasado romano de Argelia, y no es obstáculo para disfrutar de la sencilla y siempre sabrosa oferta gastronómica del país y un espectacular aceite de oliva. Entre el puerto y el yacimiento de Tipasa muchos restaurantes podrán satisfacer el apetito del viajero.
Ruinas de Tipasa
El yacimiento de Tipasa está bien defendido por una cerca que le separa de la ciudad. En el pasado, sus sillares desfilaron hacia otros edificios y usos, como también ocurrió en Cherchel-Cesarea. Solo se puede visitar el sector oeste. Al otro lado del puerto, sobre la colina de Santa Salsa, duermen otros importantes restos romanos, como una basílica consagrada a esta santa cristiana que fue lapidada por arrojar al mar la cabeza de un ídolo.
Destaco dos pequeños vínculos de Tipasa con España. En el año 484 d.C., el rey vándalo Humerico conquistó la ciudad de origen fenicio (siglo VI a.C.) que fue municipio romano desde el año 46 d.C., con el emperador Claudio, y colonia con Adriano. El rey vándalo impuso un obispo arriano y una parte de la población decidió cruzar el Mediterráneo hacia Hispania.
El otro vínculo es más reciente: la misión arqueológica hispano-argelina, financiada por el Ministerio de Cultura español, que ha sacado a la luz estos importantes restos.
Este “lugar de paso”, que eso significaría su nombre en el idioma de los fenicios, capta la atención del visitante y crece su entusiasmo al avanzar por las ordenadas ruinas. Olivos y pinos se integran a la perfección con sillares, columnas y capiteles, el teatro, el templo desconocido, las avenidas principales del cardo y el decumano, que estructuran la cuadrícula de la antigua ciudad.
Vistas de la zona de las villas en Tipasa
Al alcanzar el mar sientes la necesidad de buscar su fatigado movimiento, como expresara Albert Camus. Este fue el paisaje de los veranos de su infancia y juventud: “volvía a descubrir en Tipasa que había que guardar intactas dentro de uno mismo una frescura y una fuente de alegría… Volvía a encontrar allí la antigua belleza, un cielo joven y ponderaba mi suerte”. Las nubes se habían alzado y el día arrojaba claridad sobre nuestros pasos quizá a instancias del malogrado escritor. Retorno a Tipasa y Boda en Tipasa son casi lecturas obligadas para el visitante.
Las villas de los ciudadanos más potentados miran al mar. Se diferencian de las demás por sus ricos mosaicos que aun admiramos in situ. También los encontramos en una de las basílicas.
“Yo había sabido siempre que las ruinas de Tipasa eran más jóvenes que nuestras obras en construcción o nuestros escombros”, regreso a Camus. Cobran vigencia, son atemporales, entusiasman con el leve rumor del oleaje y la visión de la costa. Relajan, estimulan. Tipasa representa la inocencia de la juventud, el espectáculo de la belleza.
Una placa honra a Camus en el lugar que seguro hubiera elegido para traer de vuelta a sus recuerdos. Recoge un texto de Retorno a Tipasa: “Aquí entiendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida” (“Je comprends ici ce qu’on appelle gloire: le droit d’aimer sans mesure”). Amor sin medida es lo que sentirás al abandonar tan especial lugar.
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