El Pozo de las Paredes

Este espectacular paraje natural se encuentra en la provincia de Ávila
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Martín, mi sobrino-nieto, como cualquier niño de año y medio de vida se ha tenido que enfrentar ya a importantes desafíos tales  como los de ir a la guardería, dar sus primeros pasos, caerse y levantarse, decir papá y mamá, hacer su primer dibujo, aprender a coger la comida con las manos, quitarse los zapatos y los calcetines, deslizarse por un tobogán, hacer de porteador de bolas de goma, enfadar a un perro o a un gato, conducir un triciclo, viajar por tierra, mar y aire,  reírse a carcajadas o dar besitos a todo el mundo. Y, precisamente, cuando creía que ya los tenía todos totalmente dominados, la vida—que es antojadiza— tuvo a bien presentarle otros nuevos. Claro que algunos de estos pueden ser tan estimulantes y gratificantes como la inolvidable excursión que realizó este verano de 2023 a El Pozo de las Paredes, una charca situada en el municipio abulense de Navacepeda de Tormes, en compañía de sus padres, Juan y Elena, sus abuelos maternos, Pepe y Pilar, sus tíos José Antonio y Alberto, y su primo David. A continuación, entraremos en detalles, pero ya les adelanto que, Martín, con este viaje comprendió a marchas forzadas el profundo significado de un famoso proverbio chino que dictamina que “La gema no puede pulirse sin fricción, ni el hombre puede perfeccionarse sin pruebas”.

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Desconozco qué pensó mi sobrino-nieto Martín cuando se montó en el vehículo familiar la mañana del sábado 19 de agosto de este incierto año de 2023. Desconozco también si intuía que este nuevo e inesperado viaje tenía que ver con una estimulante excursión a un lugar de ensueño de la Sierra de Gredos. Más bien, me inclino a pensar que Martín, conocido también dentro de la intimidad del círculo familiar por el sobrenombre de “Superbebé poliglota”, por interactuar desde su nacimiento en Bruselas- donde sigue residiendo-, con al menos cuatro idiomas (el francés, el neerlandés, el alemán y el español) en diferentes ambientes, pensó que se trataba de otro de los innumerables   viajes a los que sus padres, Juan y Elena, le tienen acostumbrado. 

Pues bien, sea como fuere, lo cierto y verdad es que mi querido sobrino-nieto, Martín, se montó sin rechistar en el vehículo familiar con el natural y entusiasta anhelo infantil por lo nuevo y desconocido; creo que también con la convicción popular de que “Todo en exceso es malo, menos viajar”.

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El “séquito” familiar partió en dos coches rumbo a ese lugar idílico de la Sierra de Gredos conocido con el nombre de El Pozo de las Paredes. Lo hizo desde Muñana, un pueblo integrado en la comarca de Ávila, a 32 kilómetros de la capital y con este sencillo propósito: pasar un feliz día en familia.

Desde el punto de salida —Muñana— hasta el de llegada —El Pozo de las Paredes—hay una distancia de unos 65 kilómetros, que un vehículo suele recorrer en una hora aproximadamente, por la carretera AV-510.

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El Pozo de las Paredes es una poza formada por el cauce del río Barbellido que se une al río Tormes para seguir su viaje hacia el mar. La fuerza de la naturaleza, a través de la erosión del viento y el agua durante muchos siglos,  ha conseguido tallar dos impresionantes muros o paredes (de aquí su nombre de El Pozo de las Paredes) entre los que discurre un frío líquido, límites de esta preciosa piscina natural.

El paraje —digámoslo alto y claro— es espectacular; lo es por las gigantescas paredes que custodian la charca —casi verticales, de unos 10 metros de altura- así como por el hermoso puente medieval —muy alto, de un sólo ojo y transitable tanto a pie como en coche— por el que cruza el río Barbellido, testigo del tránsito de innumerables visitantes, procedentes de los más recónditos lugares de España y del mundo.

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Llegamos hasta el Pozo de las Paredes fácilmente, desde Muñana pasando por Hoyos del Espino y cogiendo la carretera AV-941 en dirección El Barco de Ávila. Una vez en Navacepeda de Tormes tuvimos que atravesar el pueblo en sentido descendente, cogiendo un camino rural de unos 3 kilómetros. 

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Antes de llegar a nuestro destino nos encontramos con una grata sorpresa: la de un puente de estructura medieval, junto al que se encuentra el Hotel Molino María Justina, situado a 24 kilómetros de El Barco de Ávila y a 42 de Candelario. Está orientado con vistas al río y a la montaña y dotado con los servicios para el confort que reclama el hombre de hoy como restaurante, solárium, bañera de hidromasaje, aparcamiento, salón compartido, televisión o wifi. Además, proporciona servicio de préstamo de bicicletas. Tiene también otros alicientes, tales como la prácticade actividadesde esquí y la equitación.

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Nada más cruzar este puente continuamos nuestra ruta, algo empinada en este tramo; después, a poca distancia, divisamos el área recreativa a nuestra derecha, hacia la que nos dirigimos descendiendo lentamente con el vehículo. A poca distancia de esta área hay habilitada una zona de aparcamiento con capacidad para unos 20 coches, donde dejamos nuestros vehículos. Desde aquí cada uno de los miembros de esta singular “expedición” cargamos con la logística ideada para este día (comida, bebida, ropa de baño, toallas, etc). 

Tras llegar a la zona recreativa, donde encontramos mesas y bancos de piedra para dejar nuestras cosas, así como barbacoas y un bar restaurante, abierto solamente en temporada veraniega, se nos presentó un dilema: el de elegir el camino difícil o el fácil. En realidad, la vida nos presenta siempre este dilema. En este caso, el camino fácil consistía en darnos un refrescante baño de agua fría y el difícil el de emprender una caminata de una hora y media aproximadamente, a razón de una continua subida de unos 550 metros de desnivel hasta alcanzar La fuente de los Majanillos, uno de los mejores miradores del macizo central de Gredos. Elegimos el difícil, siguiendo un antiguo consejo para la guerra que, al parecer, un general de Napoleón halló en una tablilla de piedra durante una de sus expediciones militares por Egipto.La abuela Pilar, el tío Alberto y el primo David en el campamento base establecido en el área recreativa custodiando la logística; el abuelo Pepe, Juan y Elena, el tío José Antonio, Martín, “el superbebé políglota”, y los doctores, pierna derecha y pierna izquierda, se animaron a caminar por el sendero empinado que lleva hasta La Fuente de los Majanillos. Los primeros, pues, se inclinaron por el aspecto menos estimulante, mientras que los segundos por el más estimulante de esta excusión familiar.

Creo que para mi sobrino-nieto, Martín,esta experiencia fue su primera gran lección de vida y para el resto el recordatorio de que la vida siempre opera de esta manera. Lógicamente, dada su corta edad y que aún no está para grandes caminatas, realizó la subida “a lomo de mula”, más concretamente, en silla de emperador a lomos de papá. La subida ascendente, a paso de regulares; y la bajada, a la de legionarios.

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Una vez que el conjunto del círculo familiar convergió nuevamente en el merendero de El Pozo de las Paredes, a eso de las tres de la tarde, con un indisimulado “faim de loup”, seprocedió a la degustación de las viandas preparadas para la ocasión. En este entorno, de alejamiento del mundanal ruido, respirando   aire purísimo, la tortilla de patatas, el lomo de orza, el jamón serrano, el queso manchego, la ensalada del César y otras tantas delicatesen culinarias, así como la manzana y la naranja de postre, saben -esta es la verdad-  a gloria bendita.

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Luego, tras un merecido descanso en el que algunos aprovecharon para dar una ligera cabezadita que, oiga, la siesta y la merienda, bien sientan, pasamos al obligado chapuzón. He escrito lo de “obligado” porque, no meter, aunque solo sean los pies en el agua de esta charca, más que fresquita, helada, es algo así como estar en París y no visitar la Torre Eiffel, el Taj Mahal de la India, la Ópera de Sídney, la Pirámide de Keops de Egipto, el Coliseo de Roma o el Big Ben de Londres.

Por cierto, cuentan los más viejos del lugar que en el fondo de esta piscina natural, formada entre dos piedras feroces (dos inhiestas paredes de gran altura) entre las que discurre el agua, se esconden “hadas encantadoras”. En este caso, yo digo lo que diría un gallego, que no sabría asegurarles si las hay, pero que me consta que “haberlas, hailas”. Eso sí, para verlas tendremos que esperar al 23 de junio, día de San Juan, donde las encantadoras hadas salen al exterior y, sentadas en las grandes planchas de granito de este enclave, se peinan sus preciosas melenas con peines de oro.

La excursión familiar, que ya ha quedado grabada a fuego en nuestra memoria e inmortalizada por nuestras cámaras en formato de video y foto, tuvo, como no podía ser de otra manera, un broche final antes de continuar el viaje de regreso: una parada en el emblemático Parador Nacional de Gredos para intercambiar puntos de vista y emociones sobre la experiencia vivida. Al salir, nuestro Martín, feliz y más pletórico de energía que nunca, en un despiste de papá, se atrincheró al parecer en un carrito de transporte de maletas del establecimiento. No sabría decirles con qué propósito. ¿Quién sabe? Quizás con la intención de realizar el viaje a casa por su cuenta y riesgo. 

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