Nuestros pasos nos acercan a Hungría, un país de Europa central con capital en Budapest, una ciudad única y bella que reúne la esencia surgida en 1873 de la fusión de tres ciudades: Buda, Pest y la vetusta Óbuda, que actualmente es el barrio más antiguo de la capital. Precisamente, nuestro destino se encuentra a unos sesenta kilómetros de distancia de esta fascinante urbe.
Visitamos Székesfehérvár, una población de cerca de cien mil habitantes cuyo nombre resulta casi tan difícil de escribir como de pronunciar. También es conocida por su nombre en latín: Alba Regia, por lo que, a partir de este momento, nos dirigiremos a ella de esa manera, cuestión que, además, nos sirve para recordar el importante período histórico en el que la ciudad se encontraba bajo el dominio del Imperio Romano.
Alba Regia fue la primera sede de la corona húngara, detalle que nos habla de la importancia que en su momento llegó a tener la ciudad. Muchos reyes fueron coronados y también enterrados aquí. Algunos saqueos y la invasión turca hicieron desaparecer muchas de sus construcciones históricas, aunque, afortunadamente, la influyente y poderosa dinastía de los Habsburgo reconstruyó muchos de sus rincones, convirtiéndola en la bella ciudad que podemos contemplar en la actualidad.
Son muchos los lugares destacados que nos vamos a encontrar a lo largo de un paseo por las calles de Alba Regia, especialmente en su centro histórico. Pero, sin lugar a dudas, el gran símbolo de la ciudad es el castillo de Bory, nuestro protagonista en este viaje.
El castillo de Bory es relativamente reciente, y posee un carácter más romántico que histórico. Esto es así porque fue construido por amor.
Jenö Bory fue un arquitecto, profesor y escultor húngaro, nacido en Székesfehérvár en la segunda mitad del siglo XIX. Ya en los inicios del siglo pasado, Bory decidió lanzarse a la complicada tarea de construir un castillo siguiendo la inspiración que le proporcionaba su musa: su amada esposa, a quien le dedicó su obra.
El arquitecto diseñó todos los planos y, ayudándose de algunos de sus alumnos, se lanzó a levantar él mismo el peculiar edificio: un castillo ubicado en una zona residencial de la población, algo alejada de su centro histórico. En esta labor invirtió más de 35 años, ocupando en ella todo su tiempo libre. Los trabajos de construcción se prolongaron hasta la muerte de su creador, cuando éste contaba con la edad de ochenta años.
El castillo de Bory presenta una bonita combinación de estilos arquitectónicos y una interesante colección de objetos, además de obras de arte, algunas de la cuales pertenecen a la esposa del arquitecto, que era una reconocida pintora. Un paseo por sus cuidados jardines puede resultar una actividad muy gratificante y evocadora.
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