La Rochelle, el mayor puerto marítimo del Temple

Situado en la costa atlántica francesa, entre Burdeos y Bretaña, desde su puerto la flota templaria comerciaba con cuatro continentes
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Todas las ciudades tienen un período histórico del que se sienten plenamente orgullosas, las gentes de La Rochelle, capital del departamento de Charente Marítime, a pesar del tiempo transcurrido, lo recuerdan muy bien, evocando aquella etapa de la Baja Edad Media, cuando los templarios eran garantes de un equilibrio y respeto socio-cultural, y por el puerto entraban toda clase de mercancías y preciados productos, mientras otras embarcaciones realizaban las exportaciones de productos manufacturados locales, creándose un activo comercio, donde la libertad de acción y compromiso se establecía de forma oral, y nada por escrito, cerrándose los tratos con un apretón de manos.

Los templarios, por lo tanto, aseguraban aquella armonía que se traducía en felicidad de la población. La flota fondeada en el Vieux Port de La Rochelle era, al mismo tiempo, la garantía de seguridad de innumerables encomiendas de toda esta región del occidente francés, desde la alta Normandía hasta Aquitania. Por lo tanto, mantener en buenas condiciones esta flota suponía la clave del éxito para muchas familias, vinculadas directa o indirectamente con los templarios. Si los puertos del Mediterráneo estaban orientados hacia Tierra Santa, los de la costa atlántica francesa, miraban a Portugal, Inglaterra, Escocia y el Nuevo Mundo.

Para asegurar todo este extraordinario comercio, los templarios diseñaron un puerto hermético, cuya bocana estuviera únicamente abierta al paso de los barcos del Temple, gracias a tres sólidas torres de defensa:

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La Tour de Saint-Nicolas; es la de mayor envergadura; su arquitectura se basa en tres salas octogonales superpuestas y un laberinto interior de escaleras y pasillos abiertos en el espesor de los muros. 

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La Tour de la Chaîne; más pequeña que la anterior, de planta circular; desde ella se controlaba el tráfico marítimo y la entrada de buques al puerto; aún puede verse el sistema de tensado de la enorme cadena que unía ambas torres y que, por las noches, cerraba la entrada a los muelles (de ahí su nombre). Y La Tour de la Lanterne; un poco más hacia el oeste, unida con la Torre de la Cadena a través de una muralla transitable. Este torreón, de 70 m de altura, está coronado por una aguja gótica octogonal; gracias al fuego que se encendía en ella, sirvió de guía a los barcos que navegaban por la zona; de hecho, se trata del último faro medieval que se mantiene en pie en la costa atlántica francesa.

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Si estas tres torres confirmaban la seguridad del puerto, no se olvide de ingresar al interior de la ciudad, para descubrir el alma templaria de su centro urbano, como lo recuerdan los nombres de calles y plazas y el pavimento de una de ellas con la cruz del Temple. En la Cour de la Commanderie establecieron la sede de la encomienda.

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Sabemos que el Vieux Port de La Rochelle fue en el siglo XIII el segundo más importante de Francia, después del de Nantes. Gracias a los templarios, desde aquí partían las barricas de roble llenas de los afamados caldos del Poitou francés a Inglaterra, o de frascas de cristal con el coñac, trayendo de vuelta peregrinos jacobeos, que luego serían trasladados al puerto de Bilbao, en la costa de Vizcaya, regresando luego las naves cargadas en sus bodegas con la preciada lana de las ovejas merinas de la vieja Castilla. No es una casualidad que en la localidad soriana de San Pedro Manrique se mantenga una calle conocida como “De la Rochelle”, porque en esta población de las Tierras Altas se recogían las lanas para la exportación a toda Europa. 

Pero sucedió lo inesperado. Fue en 1307, el fatídico viernes 13, cuando el monarca francés Felipe IV “el Hermoso”, endeudado hasta las cejas con el Temple, y tras obligar al pontífice Clemente V a que decretara la bula “Pastoralis Praemenciae”, con la amenaza de que, si no lo hiciera, abriría un cisma en el seno de la Iglesia, quiso incautar los bienes de la Orden, decretando la persecución, captura y ajusticiamiento de los caballeros, bajo el delito de herejía, así como la incautación de todos sus bienes y pertenencias. A consecuencia de ello, la madrugada del día 7 de septiembre de ese año, la flota templaria fondeada en el puerto de La Rochelle, formada por 44 barcos y 2.532 caballeros, levó anclas y se esfumó bajo las brumas del Atlántico; nada más se supo de ella; su desaparición ha sido siempre uno de los grandes enigmas de la Historia.

De aquella formidable flota nada se ha escrito, pero nosotros apostamos por cuatro destinos bien distintos: Portugal, Escocia, Sicilia y el Nuevo Mundo. Se han podido recoger testimonios estrechamente relacionados con los templarios en todos y cada uno de ellos, confirmando nuestras suposiciones.

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Dos siglos después, La Rochelle se hizo célebre por albergar a una de las mayores comunidades de protestantes de Europa; de tal modo, que en el siglo XVI sería conocida como “La Ginebra del Atlántico”. El espíritu hugonote favorecería un pensamiento de libre comercio notable, que recordaría al de los templarios. El comercio del vino y la sal eran los principales, pero también la pesca del bacalao y el novedoso comercio de las pieles procedentes de Canadá. Sabemos que en el siglo XVII, los protestantes representaban el 90 % de la población de La Rochelle; la prosperidad de la ciudad generó un superávit envidiable. Pero el cardenal Richelieu, en 1628, autorizó a las tropas reales a sitiar esta rebelde ciudad de la costa atlántica, por tierra y por mar; los habitantes de La Rochelle esperaban la ayuda de Inglaterra, pero ésta no llegó, y tras pocas jornadas de asedio, con un balance de 8,000 muertes, de personas que dieron su vida en la defensa de la ciudad, se experimentó un nuevo orden religioso, forzando a los ciudadanos por real decreto a convertirse al catolicismo; a consecuencia de ello, y por la miseria y hambre que ya se respiraba en las familias, de  nuevo la flota de La Rochelle se vio obligada a levar anclas; aunque en esta segunda ocasión sí se supo su destino: la costa atlántica de Norteamérica, colonizando y fundando, en 1688, en el condado de Westchester, del estado de Nueva York, la ciudad de New Rochelle, cuyos habitantes se sienten orgullosos de su origen.

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Pero fueron tantas las personas que cayeron presas al orden establecido, que el Reino de Francia tuvo que construir una penitenciaría de urgencia en un lugar no lejano a La Rochelle, concretamente en un islote próximo a la isla de Aix, a cuyo baluarte totalmente hermético de piedra y forma ovalada, en medio del Atlántico, se le llamó Fort Boyard, en cuyas lóbregas mazmorras verían el final de sus vidas innumerables hugonotes, y luego también presos políticos, bandoleros, piratas y rebeldes a la causa oficial.

Para conocer más sobre la ciudad francesa de La Rochelle, aconsejamos disfrute con el siguiente vídeo del canal “Conocer la historia oculta”, de Youtube: 




1 Comentarios

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Estupendo artículo Jesús. Para mi La Rochelle es un enclave fascinante. Una ciudad que disfruto y procuro en mis viajes a Bretaña hacer una parada para degustar su rica gastronomía. Me chiflan las ostras. Felicidades por tu trabajo tan interesante sobre los Templarios.

escrito por Máximo Fernández 17/mar/22    10:39

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