Nos acercamos a la región portuguesa del Alentejo, concretamente a su capital, una ciudad museo milenaria en la que encontramos buena parte de la historia del país luso. Estamos en Évora, una pequeña maravilla repleta de rincones interesantes. Sus calles estrechas y sus casas blancas nos van guiando a través de un recorrido repleto de edificios monumentales y singulares elementos de su rico patrimonio, huellas de un pasado que nos hablan de la historia de la población, un conjunto fascinante que ha sido catalogado por la UNESCO como Patrimonio Mundial.
Évora es una ciudad acogedora y plácida, tanto es así que en el siglo XV los reyes de Portugal la escogieron para que fuera su lugar de residencia. En el corazón de Évora se encuentra la plaza do Giraldo, lugar de encuentro lleno de vida en el que convergen ocho calles de la población. Junto a ella descubrimos a nuestro protagonista: el templo romano. Se ubica junto a la iglesia de Loios y a la catedral medieval, la mayor del país de estas características y otro gran punto de interés de la ciudad.
Se creía que el templo romano de Évora está dedicado a la diosa Diana, aunque actuales teorías nos hablan de que se levantó en el siglo I d.C. en honor al emperador César Augusto. Presenta un magnífico estado de conservación y es el gran símbolo de la ciudad, además de uno de los grandes monumentos históricos de Portugal.
El templo es de forma rectangular y su base se encuentra prácticamente intacta. Conserva doce columnas corintias originales y su imagen majestuosa destaca y atrae al visitante que se acerca hasta el centro de esta ciudad portuguesa. Está construido en la plaza Conde Vila Flor, el lugar más alto de la ciudad, por lo que es fácil de localizar y contemplar.
En época medieval se construyó el castillo de Évora rodeando al templo, sin embargo, con el paso del tiempo la fortificación fue siendo desmantelada hasta dejar totalmente a la vista el magnífico monumento romano que, por cierto, fue utilizado como matadero hasta bien entrado el siglo XIX.
El templo de Évora es, probablemente, la huella más espectacular de su pasado romano, aunque no la único. La ciudad también conserva unas termas, una antigua puerta, restos de pinturas y una residencia utilizada por la nobleza de la época, entre otras.
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