Viaje de leyenda al País Dogón y breve visita a Djenné

Entrar en el País Dogón es adentrarse en las costumbres y forma de vida de una etnia sorprendente.
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La presente propuesta viajera promete una gran dosis de aventura, pero si queremos disfrutar plenamente de este viaje hemos de renunciar a todas las comodidades a las que estamos acostumbrados. No esperemos encontrar en nuestro camino grandes complejos turísticos. Hemos de saber apreciar hasta los detalles más pequeños que salgan a nuestro encuentro y dejar que la aventura marque nuestros pasos.


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A tan sólo un día de la localidad de Mopti, junto a los hermosos Acantilados de Bandiagara, catalogados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se encuentra nuestro destino.

Entrar en el País Dogón es adentrarse en las costumbres y forma de vida de una etnia sorprendente. Sus habitantes, protagonistas de muchos estudios antropológicos, continúan sin las comodidades de la sociedad actual, permaneciendo al margen del resto del mundo, como suspendidos en el tiempo.

No es sencillo adentrarse en los poblados dogones, ya que los accesos son complicados. Además, hemos de solicitar permiso al jefe del poblado si queremos convivir algunas horas con ellos.

Los dogones son animistas y creen que los objetos naturales tienen alma. Su religión impregna todo lo que hacen y tiene influencia incluso en el diseño de sus pueblos y sus casas, elaboradas de madera, adobe y piedra. Por supuesto, también en su arte, constituido básicamente por máscaras y esculturas, considerado uno de los más exquisitos de África.


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Según algunas teorías, los dogones provienen de algún punto situado en la orilla occidental del río Níger y su existencia se remonta a más de cinco mil años atrás.

El pueblo Dogón cultiva básicamente cebollas y cereales. En este punto, llaman la atención sus graneros. El masculino es el que acumula y guarda el grano que se extrae de las cosechas. En este edificio las mujeres tienen prohibido el paso. Ellas acceden al granero femenino, donde almacenan sus objetos y la comida para los habitantes del poblado.

Esta zona del planeta suele experimentar temperaturas que, en los momentos de mayor insolación, pueden llegar a los cincuenta grados centígrados. Es decir, no parece buena idea organizar largos paseos por territorio dogón si nos encontramos en una estación del año calurosa, porque corremos el riesgo de acabar exhaustos.

En los últimos años los dogones han experimentado algunos cambios en su forma de vida e incluso en sus creencias, en buena medida como consecuencia de la llegada de turistas atraídos por los misterios del pueblo Dogón. A pesar de todo, este punto del planeta sigue conservando una esencia genuina y única que no es comparable a ningún otro rincón del mundo.


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Mezquita de Djenné

Muy cerca de los poblados dogones, en la llanura del río Bani, se encuentra la localidad de Djenné, Patrimonio de la Humanidad desde 1988. El encanto de esta ciudad africana no nos dejará indiferentes. Es famosa por su gran mercado y, especialmente, por sus construcciones realizadas íntegramente de adobe.

De entre todas ellas destaca la belleza de su Gran Mezquita, hecha de paja, barro y arcilla. Considerada el edificio sagrado elaborado de adobe más grande del mundo, imprime en esta ciudad un plus de belleza que impresiona.

Los materiales utilizados en esta construcción obligan a la ciudad a remozarla cada año después de la temporada de lluvias. Esta reparación constante hace necesario que la comunidad de la zona a celebre un festival anual de música y danza para recaudar fondos para ese fin.

Aunque pueda parecer lo contrario, la Gran Mezquita de Djenné es relativamente joven. Fue construida a principios del siglo XX sobre las ruinas de la antigua mezquita que databa del siglo XIII.

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