La India es un enorme poliedro, lleno de civilizaciones milenarias, lenguas, creencias… Se trata, probablemente, de la nación más variada y compleja social y culturalmente. Esta diversidad conlleva una riqueza antropológica, espiritual y monumental casi inabarcable que la convierte en un subcontinente más que un país. Pero hoy quiero hablar de otro tipo de grandeza que habita en la India y rendirle un pequeño homenaje.
No es fácil encontrar sonrisas en la India. Por eso, cuando se hallan, tienen más valor. Valor en el sentido más amplio del término, el valor de sonreír en medio del desalojo.
El patrimonio de los niños
En la India, muchas veces, la sonrisa parece un reino habitado únicamente por los niños, y es que un niño cuando deja de sonreír deja también de ser niño. Pero en ellos se encuentra un reducto, una puerta abierta a la esperanza, una mirada distinta de ver lo mismo. En ellos radica aún la fuerza de poder soportar el tormento del vacío. Son el punto de inflexión y la primera piedra en el camino. Ellos aún no se han rendido. Hay quien dice que quizá porque aún no han comprendido la vida; yo respondo como lo haría el poeta austriaco Hugo Von hoffmannsthal: “sólo los artistas y los niños ven la vida como realmente es”. No han claudicado porque comprenden que no hay mayor fuerza y motor que dejarse llevar por la ilusión aunque duela y disfrutar los pequeños instantes de cielo, sol y verdes infinitos que les rodean, aunque no haya más. Quizá no haga falta más. Tal vez sonrían porque ellos no están contaminados por la sociedad de la cantidad. Recuerda tanto a ese pequeño manual de antropología que es el principito, y a aquellos que no tienen tiempo más que para las cosas verdaderamente importantes, que rara vez lo son.
En todo caso, esa India profunda, llena de sonrisas infantiles, habita entre cañas de bambú y trozos de madera agrietada. Muchas veces no hay electricidad ni agua corriente. Se improvisan partidos de cricket con palos o de fútbol con una pelota de harapos. La imaginación sustituye la falta de recursos.
La verde Esperanza
Esa es la India de aproximadamente 300 millones de personas. Allí la pobreza es extrema. Sin embargo, no recuerda a los slums de Mumbai o Calcuta. La falta de recursos gravita hasta que cede a su propio peso y cae sin remisión. Pero como escribía Albert Camus “Vivía en la pobreza, pero también en una especie de goce (…) En África el mar y el sol no cuestan nada.(…) Cuando la pobreza se conjuga con esta vida sin cielo ni esperanza, en los horribles suburbios de nuestras ciudades, se consuma entonces la injusticia más extrema y escandalosa. Hay que hacer todo lo posible, en efecto, para que estos hombres escapen a la doble humillación de la miseria y de la fealdad.”
Cuando Kipling escribió el libro de la selva, lo llamó también el libro de las tierras vírgenes, y más de un siglo después, así siguen siendo esa prominente naturaleza que acoge y protege millones de sonrisas. Porque no es lo mismo ser pobre rodeado de orín, de ruido, de excrementos humanos, rostros hundidos, perros muertos, contaminación, asfalto ardiente… que de parajes virginales, aún puros e inocentes, de verdes intensos, de selvas que se estiran hasta las puertas del infinito, de altas cimas que se acercan al cielo, de las olas de un mar aún sin domesticar, que como espejos reflejan el sol, la esperanza y algunas de estas sonrisas.
Galería de imágenes de Daniel Laseca
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Vislumbres de la India, de Octavio Paz.
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