Siempre que escucho el nombre de la ciudad de Nueva York me viene a mi mente la imagen de Frank Sinatra interpretando su famosísimacanción “New York, New York”, incluida en la lista popular de las 100 canciones más representativas del cine americano. Además, al escuchar Nueva York, siemprehace que resuene en mí, sin que yo pueda evitarlo, laentusiástica letra y melodiosa música de esta maravillosa canción de Sinatra, evocadora de deseos de triunfar en “la ciudad que nunca duerme”: “Start spreading the news/ I'm leaving today/ I want to be a part of it/ New York, New York”.
Nueva York (New York City), también conocida con el nombre de la “Gran Manzana” y “La ciudad de los rascacielos”,por concentrar a muchos de los edificios más altos del mundo, como el Empire State, el One World Trade Center, el edificio Chrysler, el 432 Park Avenue, la Trump Tower, el edificio Seagram o las torres gemelas del World Trade Center, está considerada como una ciudad global, por su importante influencia mundial en los medios de comunicación, la política, la educación, la arquitectura, el entretenimiento, las artes y la moda. En esta gran ciudad multicultural-la más grande de EEUU por su extensión y número de habitantes-, distribuida a efectos administrativos en cinco distritos (El Bronx, Queens, Staten Island, Manhattan y Brooklyn),se encuentra las sedes de importantes organizaciones mundiales como la ONU. En ella se han rodado películas inolvidables como King Kong, West Side Story o Taxi Driver, e inspirado la creación de novelas magistrales como “Desayuno en Tiffany’s”, de Truman Capote, “Manhattan Transfer”, de John Dos Pasos o “El gran Gatsby”, de F. Scott Fitzgerald.
Existen muchas razones para visitar Nueva York. Los negocios, el trabajo y el turismo, son la tríada clásica que empuja a la gente, a cada momento y durante todos los días del año, a visitarla. Mi amigo Iñaki Carmona, sin embargo, la ha visitado en abril empujado por un cuarto motivo: la amistad.
El escritor e investigador toledano, José Ignacio Carmona Sánchez (Iñaki Carmona para los amigos), autor de libros emblemáticos sobre Toledo (de un Toledo judío, claro, que lleva en el corazón) como “Toledo. Judíos. Curiosidades, mitos y encanterías”; de investigación periodística como “Santa María de Melque y el tesoro de Salomón”; de leyendas como “La España Mágica”; o de enigmas como “Psicofonías. El enigma de la transcomunicación instrumental”, visitó Nueva York del 17 al 26 de abril para reencontrarse con una amistad muy especial: la de Sarah Espaillat, una maravillosa neoyorkina residente en “El Bronx”.
Sarah, junto con su socio, Diego Escandell, han creado “DISEÑA COACHING”, una noble iniciativa para, sirviéndose de la moderna tecnología basada en la neurociencia, mejorar la vida de las personas y contribuir a que las empresas alcancen su máximo potencial y los mayores éxitos.
-Reencontrarme con Sarah ha sido el motivo principal de mi viaje a Nueva York -me confiesa Iñaki. Eso, sí, una vez allí no podía pasar la oportunidad de seguir la huella de mis amigos los judíos sefardíes.
-¿Pero es que los judíos sefardíes también dejaron su impronta en la ciudad de la Estatua de la Libertad? -le pregunté sorprendido.
-Pues sí. Y esto no debería sorprendente, José Antonio. Resulta que, junto a la sinagoga cercana al Central Park, se halla un cementerio judío, pródigo en apellidos españoles como López de Fonseca, Gómez, Burgos etc.; y en el de Chatham Square la tumba más antigua, datada en el año 1683, correspondiente a un tal Benjamín Bueno de Mesquita. La lápida, por cierto, está escrita en español.
El origen de los judíos sefardíes que desembarcaron en Nueva Ámsterdam fue un asentamiento fortificado neerlandés del siglo XVII localizado en el valle fluvial del río Hudson, parte de la colonia de los Nuevos Países Bajos de América del Norte, y que se convertiría posteriormente en la ciudad de Nueva York. Llegaron hasta este lugar como consecuencia del decreto de expulsión de los Reyes Católicos. Esto les obligó primero a abandonar la Corona de Castilla, encontrando un refugio temporal en los dominios de la Corona de Portugal. Tristemente, Portugal terminaría expulsándolos en el año 1497, siendo acogidos por los Países Bajos.
Los recién llegados a Ámsterdam, Hamburgo o Londres, debían demostrar con testigos su origen judío y su ascendencia ibérica para poder integrarse en las comunidades sefardíes y ser considerados “jehidim” del Kahal Kadosh (Santa Congregación). Aunque muchos judíos sefardíes recibieron el nombre genérico de miembros de “La Nación Portuguesa”, realmente un alto porcentaje de ellos eran castellanos, apegados a la cultura hispánica y el orgullo de linaje.
Hay que situar la llegada de los judíos sefardíes a Nueva York en 1654. En ese año, 23 judíos, procedentes de Refice, desembarcaron del Santa Catrina, procedentes de una colonia holandesa. Estos pioneros fueron los fundadores de la primera y más antigua sinagoga de EEUU: Seharith Israel, también conocida como la “sinagoga hispanoportuguesa”.
Llegar hasta el cementerio judío en Manhattan no me resultó fácil -me confiesa Iñaki Carmona-. Lo pude localizar gracias a mi querida amiga Sarah. Para mí, visitar este camposanto ha sido un enorme regalo sentimental, consciente de que muchos de los allí enterrados eran -posiblemente- oriundos de Toledo. Como puedes imaginarte, por mi condición de “anussim”, es decir, descendiente de judíos obligados a convertirse, sentí mi unión con este sacro lugar por lazos de sangre. La contemplación de las lapidas escritas en un castellano arcaico, el mismo que se hablaba en la época de Cervantes, me transportó a un tiempo y un lugar que sigue presente dentro de mi corazón.
Una vez descubierto mi particular “Arca perdido”, observé la ciudad de Nueva York -continuó comentándome- con los mismos ojos de sorpresa de un niño, impresionado por su arquitectura, dinamismo, carácter cosmopolita, maravillosos parques, y también, por qué no decirlo, su accesibilidad para todos los bolsillos. Es que Nueva York puede recorrerse en transporte público con una tarjeta de módico precio; además, el ferry que recorre la bahía es gratuito, así como muchas de sus exposiciones y museos, previa reserva de entrada. Definitivamente, debo dictaminar, manque le pese a alguien, que Nueva York es la Roma del siglo XXI, la capital del mundo a la que honrar pleitesía, a la que entregar en ofrenda unos días de vacaciones.
Ciertamente, Nueva York es Nueva York. Una ciudad cosmopolita, abierta a la modernidad, donde nadie se siente extranjero. En Nueva York podemos descubrir las últimas tendencias en todos los ámbitos del saber y del arte y la cultura. Durante este viaje he podido comprender que mi gran amiga, Sarah Espaillat, forma parte integrante de un paisaje repleto de modernidad, innovación y fuerza creativa; un “microcosmos neoyorkino” donde ella ha sabido integrar los últimos avances conocidos en biología, técnicas meditativas, ejercicio, nutrición y neurolingüística. En fin, una oferta que satisface las necesidades más demandadas por cualquier neoyorkino, muy concienciado con todos los aspectos relacionados con la salud integral mente-cuerpo, y el respeto por el Planeta.
Escribe tu comentario