Menorca es naturaleza en estado puro –así lo atestigua su reconocimiento como Reserva de la Biosfera– pero también un museo al aire libre de su apasionante historia militar. Más allá de las legendarias piedras de su cultura talayótica, hay otras que dan forma a castillos y torres de defensa que son fiel testimonio de los distintos avatares en los que se ha visto envuelta la isla balear a través de los siglos. Una treintena de edificaciones para todos los gustos, ideales para descubrirlas relajandamente en una escapada otoñal.
La privilegiada ubicación geográfica de Menorca en el Mediterráneo occidental la convirtió en objeto deseo por parte de las grandes potencias europeas, que la veían como bastión estratégico perfecto para el dominio de esta parte del Mare Nostrum. Así, desde la época medieval, la isla fue añadiendo a las milenarias piedras de su cultura talayótica –talayots, taulas, navetas, poblados y necrópolis– otras sobre las que se edificaban castillos y torres defensivas; contra las razzias piratas… y contra los ejércitos invasores, ya fueran musulmanes, otomano, ingleses o franceses.
Estas huellas militares se han convertido hoy día en un gran atractivo turístico, perfecto complemento a las playas, la arqueología, la gastronomía y los deportes. Un conjunto de casi una treintena de monumentos patrimoniales que constituyen una paseo por la historia a través de la llamada Ruta Fortificada.
Los castillos, por su grandeza, son los que más llaman la atención de los visitantes. Hay tres. El castillo de Sant Felip, del siglo XVI, en Es Castell, sólo conserva sus galerías subterráneas. El castillo de Sant Antoni, del siglo XVII, en Fornells. Y el castillo de Santa Águeda, sobre una colina entre Fornells y Ferreries, construido por los árabes en el siglo X. El amplísimo puerto de Maó acoge también dos fortificaciones: el fuerte de Marlborough, del siglo XVIII, construido por los británicos, casi a la entrada, en cala Sant Esteve. La fortaleza de la Mola, del siglo XIX, en la que destacan la galería de las aspilleras y el aljibe de la reina. Y también el Lazareto, una fortaleza sanitaria del siglo XVIII para prevenir epidemias.
Menorca está también salpicada de torres de defensa y vigilancia, la mayoría junto a la costa pero también algunas algo más al interior. Integran la Ruta Fortificada un total de quince: Torre d’en Quart –medieval, de las mejor conservadas, cerca de Ciutadella–, la Princesa, Alcalfar, Son Ganxo, torre de Fornells, des Castellar, d’en Penjat, Sant Felipet, Sanitja, sa Mesquida, Rambla, torre de La Mola o Cala Teulera, torre de la isla de Ses Sargantanes, torre de Cala Molí y torre de Sant Nicolau, del siglo XVII. De estas torres, once fueron construidas por los británicos y cuatro por los españoles.
Dos baluartes forman parte de esta misma ruta, ambos en Ciutadella: el Bastió des Governador y el Bastió de sa Font. Mientras que Maó aporta el Pont de Sant Roc, una de las puertas de la segunda muralla y único vestigio de la misma. El complemento a todas estas construcciones son el Museo Militar de Menorca, en Es Castell, el Museu de Menorca y Ca n’Oliver, en Maó, y el Museo Municipal de Ciutadella.
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