Lituania está celebrando el centenario de su independencia con un año de conmemoraciones que recuerdan la liberación en 1918 de la ocupación rusa. En este ambiente festivo, queremos acercarnos a su capital, la preciosa Vilna, donde el patrimonio del pasado y los avances del presente conviven en armonía.
Con un centro histórico protegido por la UNESCO, esta ciudad fundada en el siglo XII tuvo un activo comercio de ámbar, también conocido como el oro de Lituania, que la convirtió en el siglo XIX en un importante núcleo de la zona, junto con Moscú y San Petersburgo. Curiosamente, al ámbar se le atribuyen propiedades estimulantes y fortalecedoras del cuerpo, por lo que, a su valor material se suma este otro que ha convertido al país en el único del mundo donde se puede disfrutar de una terapia de ámbar con efectos curativos y de bienestar.
Vilna se encuentra a tan sólo 26 kilómetros del centro geográfico exacto de Europa, una buena oportunidad para poder contar a todo el mundo que hemos pisado el mismísimo centro del Viejo Continente. Además, no muy lejos de allí podemos visitar el Parque de Europa, una gran extensión de vegetación donde se exhiben cerca de cien esculturas de diferentes artistas internacionales. Es un espectacular museo de arte contemporáneo al aire libre en el que destacan obras como la realizada con tres mil televisores, colosal escultura que se ha ganado el reconocimiento del Libro Guinness.
La capital de Lituania es una ciudad llena de encanto, ni demasiado grande ni poblada, con poco más de quinientos mil habitantes. Nos recibe invitándonos a visitar sus numerosos parques, espacios verdes, plazas y, por supuesto, su precioso casco antiguo, espacio en el que conviven diferentes estilos arquitectónicos: barroco, gótico, renacentista... Paseando por el centro de Vilna es imposible no pararse a contemplar lugares como la iglesia de Santa Ana, elegante templo calificado de obra maestra del gótico, o la Catedral, el gran icono de la ciudad, destruida en numerosas ocasiones y reconstruida otras tantas. Junto a ella se encuentra la gran torre campanario, de casi sesenta metros de altura, que nos regala con la música de sus campanas cada quince minutos.
El puente de Mindaugas es otro punto atractivo de la ciudad. Inaugurado en 2003, este puente que cruza el río Neris cuenta con cien metros de longitud.
También merece una visita la Torre Gediminas, construcción que pertenecía al desaparecido castillo que se ubicaba en la colina del mismo nombre. Construido a las órdenes del Gran Duque Gediminas, esta torre de ladrillo rojo se ha convertido en un gran símbolo de la capital. Actualmente su interior es utilizado como espacio museístico.
Desde la plaza de la Catedral hasta la del Ayuntamiento nos encontramos con la calle Pilies, relativamente pequeña pero la más popular y llena de actividad de toda la ciudad. Por su parte, el barrio de Uzupis es el más bohemio de Vilna. Sus creativos habitantes, muchos de ellos artistas, quieren convertirse en una entidad independiente dentro del país. Tal es así que hace unos años autoproclamaron su propia república: la de Uzupis.
Llegados a este punto de nuestro paseo por el centro histórico, nos merecemos un pequeño respiro para recuperarnos de tantas emociones. Afortunadamente, nos vamos a encontrar con numerosas cafeterías y cervecerías en las que poder saborear variados tentempiés junto a una refrescante cerveza que podremos elegir entre la gran variedad que ofrece este país báltico.
Dejamos Vilna llevándonos una impresión estupenda en torno a esta pequeña capital, una joya que, hasta el momento, está siendo menos promocionada que otras capitales bálticas como destino turístico. Quizá esa circunstancia es la que le confiere una frescura y un atractivo genuino y muy especial.
Revista Viajes y Lugares
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