Roma nunca acaba, por eso es eterna. La cantidad y la magnificencia de sus monumentos la hacen inabarcable. Por muchas veces que uno vaya siempre la redescubre, la reinterpreta y se inunda de ella.
La exaltación hasta el desfallecimiento, similar a la embriaguez, ante la belleza es un fenómeno que se conoce como síndrome de Stendhal. El escritor Francés lo relata en su libro de Viajes Roma, Nápoles y Florencia. Aunque es una sensación que describe por primera vez saliendo de Santa Croce, en Florencia, esa intensa admiración, próxima al éxtasis, ante la contemplación de lo bello fue una constante que le acompañó en sus viajes por Italia. Y que de algún modo también plasma en sus Paseos por Roma.
Y así comienza la película de La Gran Belleza. Con un desvanecimiento ante la contemplación radiante de Roma desde la Terraza mirador de Gianicolo, que se eleva sobre el Trastevere y ofrece una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. Nos subimos a nuestro motorino, la mejor forma de recorrer Roma, y nos dirigimos por la Passeggiata de Gianicolo hacia el Barrio de Monteverde lleno de casonas antiguas y villas. Entre todas ellas destaca la Villa Doria Paphilj, un palacete del siglo XVII enclavado en el parqué más extenso de la ciudad que lleva también el nombre de la familia Pamphili, una de las familias nobles más impotantes de siglo XVI. Esta villa no debe confundirse ni con el Palacio Pamphili ni con la galería del mismo nombre. El palacio está ubicado en famosa Plaza Navona y desde 1920 es la sede de la embajada de Brasil. Mientras la galería sigue perteneciendo a la familia y es una de las principales colecciones de arte privado. Precisamente nos dirigimos con nuestro motorino hacia la alargada Plaza Navona, una de las muchas plazas, y calles estrechas y pequeñas, concurridas y llenas de restaurantes en Roma, para degustar la variada y tradiconal cocina italiana y romana.
A un lado y a otro de la Plaza se levantan El Palacio Torres, de 1560, y al otro lado, por detrás de la Plaza el Palacio Altemps, del siglo XV, y que desde 1982 forma parte de los distintos museos que conforman el Museo Nacional Romano.
A apenas 3 calles de la Plaza Navona se encuentra el Panteón de Agripa, construido en el siglo II por el emperador Adriano, sobre los antiguos restos del Templo de Agripa.
Si desde allí volvemos con nuestro pequeño ciclomotor, o caminando hacia el río Tíber en línea recta, llegamos al Largo Di Torre Argentina. Una plaza con los restos de 4 templos romanos y del teatro de Pompeyo, lugar donde fue asesinado Julio César. También se ha convertido desde hace décadas este lugar en un albergue para gatos callejeros, todo un símbolo de a protección animal en la ciudad y un atractivo tanto para el romano como para el visitante. Desde ese punto y delimitado por el Tíber se extiende el antiguo barrio judío de Roma, popularmente conocido como Ghetto.
Volvemos a subirnos a nuestro ciclomotor y nos dirigimos por la vía Del Plebiscito hacia la Plaza Venezia con el monumento a Vittorio Emmanuele II al fondo. Tomamos la vía de los Foros Imperiales, que separa el Foro Romano de su posterior ampliación los Foros Imperiales, donde destaca el Foro y la columna de Trajano. Llegamos hasta el Coliseo. Es el anfiteatro romano más importante y con mayor capacidad del mundo, hasta 50.000 personas podía albergar ya en el siglo I.
Al otro lado de la avenida, callejeando apenas unos 400 metros, se encuentra la Basílica de san Pietro in Vincoli, construída en el siglo V para albergar las cadenas con las que San Pedro fue encadenado en Israel. Pero es especialmente significativa por el mausoleo del papa Julio II que contiene la escultura del Moisés de Miguel Ángel.
Si tomamos la vía Cavour recta a unos 800 metros llegamos a la estación de Términi. Principal estación ferroviaria de comunicaciones de Roma y justo al otro lado de la estación se levanta el barrio de San Lorenzo, uno de los barrios universitarios por antonomasia de la ciudad, entorno a la Universidad de la Sapienza. Un Barrio animado, joven, estudiantil, con vida alternativa tanto diurna como nocturna.
Junto a la estación de Términi se encuentra otra de las sedes del Museo Nacional Romano, el Palacio Massimo alla Terme.
Desde Términi, prácticamente en línea recta aunque con el entramado ferroviario de por medio, a unos 3 kilómetros, se encuentra el barrio de Pigmeto. Uno de esos barrios periféricos que absorben las grandes ciudades. En los años 50 era un barrio fronterizo entre la ciudad y los arrabales humildes. Un lugar violento y apropiado para delinquir. Esa imagen de Pigmeto fue retratada por escritores y cineastas. Posiblemnte Ciudad Abierta de Roberto Rosellini fue la pionera, luego vinieron Visconti, Pietro Germi, Nanny Loy, etc. Pero sobre todo destaca Pier Paolo Pasolini. Fue él quien inmortalizó el barrio y su mítico café Necci en su película Acattonne –Vagabundo-. Se trata de su primera película, justo después de su último libro, una vida violenta, y ambos son como un tránsito y un reflejo de la Roma de los suburbios, marginal, de posguerra. Pasolini es sin duda una de las figuras referentes e indirectamente precursoras de este barrio que se ha convertido en un referente de la vida cultural gastronómica y social de la ciudad. Pasolini fue asesinado en extrañas circunstancias, nunca resueltas, en 1975. Su cadáver se encontró con el rostro desfigurado en la zona costera de Roma, en Ostia.
Ostia, a 35 kilómetros de Roma, es una de las zonas de playa principales para los romanos, y es el puerto histórico de la ciudad. En la desembocadura del río Tíber se levantó una colonia, que servía como punto de recepción de los barcos que abastecían la gran Roma. Estos puertos fueron, desde el año 42, con el emperador Claudio ampliándose sucesivamente. Fue hasta el declive del comercio del Imperio romano, hacia el siglo IV, uno delos principales puertos hasta que la ciudad fue quedando poco a poco en declive y abandonado. Aún así las ruinas de Ostia Antica son todavía una de las mejores muestras de una pequeña ciudad romana y conserva grandes muestras de su organización, sus comercios, y su teatro.
La belleza deslumbrante, casi cegadora, del pasado, que se vuelve presente, que perdura y escapa del tiempo, que lo desgarra. Obligada a vivir, a convivir, a veces no sin confrontación, con distintas épocas, y sociedades, generación tras generación. Un referente desde su origen de los cánones de belleza, que eleva a estados sublimes, o que simplemente atrae a la mirada curiosa. Pero todos alguna vez deberían pasar por Roma, porque todos los caminos siguen, más que llevando allí, partiendo de ella.
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