​Salamanca: un viaje a la cuna del conocimiento

Esta ciudad española destaca por su tradición universitaria al servicio de la Cultura y de la Historia
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Existen muchas razones para viajar. Viajamos por razones de trabajo, por turismo, por placer, para practicar algún idioma, descubrir nuevos países o nuevas culturas, para conocer gente nueva o reencontrarse con viejas amistades, para desconectar, para dejar atrás la monotonía del día a día, etc.; ¡ah!, también, a veces, para reconciliarnos con nuestro pasado. Y, dado que, como escribió Santa de Jesús, “Dios escribe recto con renglones torcidos”, cualquier viaje —sea cual sea su finalidad—, siempre nos sorprende y nunca nos deja indiferentes; e, incluso, puede llegar a superar todas nuestras máximas expectativas —como me ha sucedido a mí— en el viaje que realicé a Salamanca el pasado martes 9 de abril para asistir al día siguiente como ponente a un foro concebido para recordar la figura y el legado de Don Santiago Ramón y Cajal. 

Salamanca es conocida en el mundo como una de las cunas del conocimiento, destacando por su tradición universitaria al servicio de la Cultura y la Historia. Don Santiago Ramón y Cajal está considerado el padre de la neurociencia moderna. Fue un polímata que se interesó por la naturaleza, la pintura y fotografía, el culturismo, el hipnotismo, el ajedrez, la escritura, la medicina, el pensamiento crítico, la investigación y la gestión educativa y científica. Además de gran científico —algunos estudiosos de su obra le sitúan entre los tres científicos más revolucionarios de la ciencia mundial— fue también un ser humano excepcional. Hoy sigue vivo en el inconsciente colectivo universal, para animar al mundo a seguir la senda del conocimiento, la ciencia, el desarrollo humano y tecnológico, con el elevado propósito de hacerlo más próspero, solidario, armonioso y feliz. Por lo tanto, Salamanca y Cajal representan una simbiosis perfecta entre la ciudad, cuna del conocimiento y la culturayel hombre de ciencia y el saber. 

Pues bien, me desplacé muy de mañana desde Toledo hasta Salamanca —mi lugar de residencia habitual—para asistir a este importante evento —al que habían confirmado su asistencia relevantes personalidades nacionales e internacionales relacionadas con la investigación, la medicina, la innovación y la cultura—, con la misma alegría de un niño que acaba de estrenar zapatos nuevos; el mismo niño que aún conserva un sentido poco conocido: el sexto sentido, el sentido del asombro. El sentido que ningún viajero debería perder nunca. 

Dejaba atrás Toledo —una de las más visitadas de España, Patrimonio de la Humanidad—, también conocida como la “Ciudad de las Tres Culturas”, por haber convivido con relativa paz durante siglos tres grandes culturas —la musulmana, la judía y la cristiana— para reencontrarme con un pasado inolvidable, grabado a fuego dentro de mi corazón, germinado en la ciudad de Salamanca. Y es que en esta otra ciudad Patrimonio de la Humanidad pasé cinco intensos y largos años (desde los 10 a los 15 años) formándome para ser un “hombre de provecho para el día de mañana” en el colegio de los escolapios. 

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Tras un viaje en coche de en torno a tres horas, crucé el Puente Mayor del Tormes, más conocido como Puente Romano de Salamanca —Monumento Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural— a eso de las diez de la mañana del martes 9 de abril. El Sol comenzaba a despuntar y los recuerdos de aquel inolvidable pasado se agolpaban en mi mente —sin herir—de la misma manera que en el escritor francés, Marcel Proust, se desencadenaron una avalancha de recuerdos de su infancia con el simple acto de saborear una magdalena mojada en una taza de té. Entonces comprendí el profundo significado que alberga la afirmación «El verdadero acto de descubrimiento no consiste en descubrir nuevas tierras, sino en verlas con nuevos ojos»,del autor de una de las obras más señeras del siglo XX: “En busca del tiempo perdido”. 

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Me alojé en el emblemático Colegio y Hospedería Arzobispo Fonseca,un imponente edificio joya del Renacimiento español, en la que destaca su portada coronada por el gigantesco medallón del apóstol Santiago en la batalla de Clavijo. La fundación de este colegio, cuyas obras comenzaron en 1521, se debe a don Alonso de Fonseca, estudiante de la Universidad de Salamanca y arzobispo de Toledo, además de gran mecenas de las artes. Actualmente es un moderno edificio multiusos que alberga diversas unidades administrativas de la Universidad de Salamanca. 

Y ahora viene lo mejor: ¿Qué hacer después de dejar las maletas en el alojamiento y antes de reponer fuerzas en algún restaurante típico de la ciudad? En Salamanca, la mejor opción, sí o sí, es recorrer su centro histórico caminando y admirando sus monumentos más representativos; y es que Salamanca es una ciudad donde se respira por los cuatro costados ambiente universitario, cultura, arte y leyendas. 

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Conforme, pero… ¿Por dónde empezar? Yo lo tenía muy claro. Determiné sin dudarlo empezar la Plaza Mayor de Salamanca. Al parecer, surgió de forma natural en una campa en la que se comercializaba junto a la antigua Puerta del Sol de la muralla. Desde el siglo XV era conocida como plaza de San Martín, por encontrarse allí la iglesia de San Martín. 

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Luego, tras esta obligada y prioritaria visita a la Plaza de Salamanca, me dirigí hasta el conjunto catedralicio —una parte fundamental de la ciudad de Salamanca— donde se alzan la Catedral Nueva y la Catedral Vieja, un verdadero regalo para cualquier visitante, un singular tesoro de nueve siglos de historia y arte religioso. Desde este conjunto catedralicio me dirigí hasta la Universidad de Salamanca, un edificio histórico de más de 800 años y de referencia académica nacional e internacional que fue definida por la escritora gallega, doña Emilia Pardo Bazán, como «La más española, la más libre y democrática de las universidades es la de Salamanca». Por cierto, su fachada tiene su aquel; y es que contemplarla y no encontrar el viejo secreto que esconde —una pequeña rana—es como visitar París y no ver la Torre Eiffel. 

Una vez localizada la famosa rana universitaria, me dirigí hasta la plaza de la Casa de las Conchas, un antiguo palacio urbano de estilo gótico y elementos platerescos del siglo XVI.Se llama así porque su fachada está repleta de conchas. En esta plaza también se encuentra la Universidad Pontificia, fundada en 1940 por el papa Pío XII, quien restauró las facultades de Teología y Derecho Canónico, estudios que tuvieron un fuerte auge en los siglos XVI y XVII. 

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Evidentemente, me quedaron muchas otras maravillas salmantinas por visitar, pues Salamanca, como Zamora, no se hizo en una hora. Y, por cierto, hablando de hora: había llegado la hora de comer y conversar con buenos amigos que, oiga, como bien dijo el filósofo y orador romano, Cicerón, «El placer de los banquetes debe medirse, no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación». Así que, siguiendo este buen consejo de la sabiduría, culminé la mañana salmantina con un excelente almuerzo con amigos, en “Origen”, un típico restaurante cercano a la Plaza Mayor. ¡Vaya! El nombre de este restaurante promete —pensé. Y es que, ¿quién no ha tratado alguna vez de reencontrarse con lo esencial —sea ello divino o humano—, con el camino que nos conduce hacia nuestro origen? 

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Al día siguiente, asistí como ponente al gran evento celebrado en el Teatro Liceo de Salamanca —el tercero en capacidad de Castilla y León—, bajo el lema SALAMANCA: POR CAJAL Y LA CIENCIA, con el noble propósito de reivindicar la figura de Ramón y Cajal como eminente científico y ciudadano ejemplar. Como ha escrito el catedrático de universidad, Juan Manuel Corchado Rodríguez, «Fue un evento enriquecedor y de inmensa importancia para los que tuvimos la suerte de asistir, con ponencias y análisis que han contribuido a concienciar y fomentar una cultura del reconocimiento a su figura, impulsar la creación del Museo Cajal y la Neurociencia y Fomentar equipos de científicos comprometidos».

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