Turismo con identidad en Argentina

Promueve la difusión del legado histórico y cultural de los pueblos originarios del país
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Los pueblos indígenas representan cerca del 5% de la población mundial. La Organización de las Naciones Unidas estima que esto se traduce en 370 millones de personas, agrupadas en más de 5.000 comunidades, en unos 90 países. Si bien los pueblos indígenas son sinónimo de riqueza cultural, de respeto y preservación de la naturaleza, se encuentran entre las poblaciones más desfavorecidas del planeta. 

La ONU eligió el 9 de agosto para conmemorar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. El tema principal que expresa las necesidades actuales de los pueblos es la problemática de la migración y el desplazamiento: cuál es situación actual de los territorios indígenas, las principales causas de las migraciones, la circulación transfronteriza y los desplazamientos, con especial atención en los pueblos indígenas que viven en las zonas urbanas y fuera de sus países. 

Turismo con identidad en Argentina 

Turismo con identidad en Argentina

En el territorio argentino habitan más de 39 pueblos-naciones originarias, cada una con su cosmovisión o forma de ver el mundo, idioma, espiritualidad, arte y tradiciones milenarias. Tienen sus propias pautas de organización social y política, con sus respectivas simbologías y formas de expresar su identidad. 

Gran parte de Argentina cuenta con presencia de pueblos originarios, organizados en alrededor de 1.600 comunidades. Éstas eligen a sus propias autoridades tradicionales, las cuales poseen diversos nombres de acuerdo a la nación a la que pertenezcan (Cacique, Longko, Mburuvicha, Consejos de Ancianos). 

El concepto de desarrollo con identidad, del cual el turismo con identidad es una expresión, está intrínsecamente ligado a la realidad territorial que posee cada pueblo. Es una forma de plasmar su autonomía y elegir cómo administrar sus territorios, haciendo un uso sustentable del mismo, ya que por su cosmovisión los pueblos establecen un vínculo territorial diferente al del mundo occidental. 

La naturaleza, los animales, el territorio y los pueblos son un todo en equilibrio. Tanto la autonomía como el propio desarrollo son derechos consagrados en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificado en Argentina a través de la Ley 24.071. 

La RATURC (Red Argentina de Turismo Rural Comunitario), es una organización que nuclea comunidades de pueblos originarios y campesinas de todo el país. La organización trabaja por la autogestión del turismo responsable y respetuoso; con énfasis en el respeto a la cosmovisión y organización comunitaria tradicional, en defensa del territorio y su patrimonio natural y cultural. 

La RATURC es una iniciativa impulsada por el Ministerio de Turismo de la Nación que pretende contribuir al desarrollo local mediante el fortalecimiento de la autogestión comunitaria del turismo. Se propone fortalecer y difundir la oferta de turismo rural comunitario como un nuevo producto turístico que permita captar nuevos segmentos y nichos de mercado. 

El proyecto se viene desarrollando desde 2006, promoviendo la actividad turística por parte de las comunidades de pueblos originarios y campesinos en ámbitos rurales. Entre sus lineamientos, la red define al turismo rural comunitario como un proyecto innovador en la medida que la actividad sea gestionada en el marco de las propias estrategias, miradas y procesos de las comunidades involucradas, y bajo principios de participación, equidad, autodeterminación y conservación del patrimonio, y los paradigmas del comercio justo y el turismo responsable. 

En la red, con presencia en diecisiete provincias, participan unas ochenta experiencias colectivas y asociativas, que son gestionadas por organizaciones de agricultura familiar, campesina e indígena. De esta manera, pequeños productores y cooperativas prestan servicios de manera autónoma. Se puede compartir tareas y hospedarse en casas de familia, salir a caminar por senderos comunitarios, aprender a hacer artesanías o a cocinar entre otras actividades. Desde la organización hacen hincapié en la inclusión y el empoderamiento de las mujeres y de los jóvenes en roles directivos y en el aprendizaje de redes sociales y el trabajo intergeneracional. 

Cerro Batea Mahuida

En la provincia de Neuquén, la comunidad mapuche Puel brinda los servicios para los esquiadores que visitan el cerro Batea Mahuida. Por su escasa infraestructura, es considerado como un parque de nieve y no como un centro de esquí, ya que no cuenta con aerosillas. Es el único Parque de Nieve del país administrado por una comunidad originaria. Está ubicado a 8 kilómetros de Villa Pehuenia, una pequeña aldea andina enclavada en el corazón de la cordillera neuquina a 310 kilómetros de Neuquén capital y rodeada de bosques de milenarias araucarias. 

Amaicha del Valle Bodega Índigena

En el norte argentino, en Amaicha del Valle, una comunidad indígena autónoma, ubicada a dos mil metros de altura y a 165 kilómetros de San Miguel de Tucumán, los pobladores abrieron la primera bodega indígena y comunitaria de Latinoamérica: Los Amaichas. Se trata de un emprendimiento de agricultores familiares, que elabora vinos con la cepa criolla, sin químicos ni fertilizantes. Es una iniciativa pionera en el país, que sirve para afianzar el desarrollo turístico del pueblo, funciona como un modelo de economía solidaria y genera empleo para unas cuarenta familias que viven en distintas localidades de la región, desde Ampimpa hasta Quilmes. 

La Fundación Cocina Patagónica es un protagonista activo del rescate cultural de los pueblos originarios. Unos de sus pilares de acción es la fusión de la cocina ancestral, con la nueva cocina patagónica influenciada por las corrientes migratorias de Europa. María Eva Cayú fue una de las primeras lonko (presidenta) de la comunidad mapuche Monguel Mamuell (Raíces que brotan) de Viedma, Río Negro. Criada por una familia italiana, fue durante las clases de historia en la escuela primaria donde María Eva descubrió la existencia de un antepasado cacique Cayú. 

Neuquén Comunidad Mapuche Puel

María Eva Cayú fue funcionaria de la Mesa Coordinadora del Parlamento Mapuche, elegida por todas las comunidades de la provincia. También participó en el Consejo de la Mujer, intercultural y bilingüe de la provincia. Actualmente “vive en el mar”, en el balneario El Cóndor, a 30 kilómetros de Viedma, y se dedica a la gastronomía y a impartir talleres en diferentes establecimientos educativos. 

En Casa de Piedra Nahuelpan, el lugar donde llega el mítico Tren La Trochita, sobre la ruta 40, a quince kilómetros de Esquel, en Chubut, se encuentra Sabor Mapuche, un emprendimiento rural comunitario que rescata la cocina ancestral de los mapuches. Es un emprendimiento familiar que lleva ya nueve años elaborando productos con técnicas ancestrales. 

Tienen un espacio en la Feria de Nahuel Pan, donde venden sus productos y brindan su servicio gastronómico.En la feria, además, hay productos que hacen otras cinco familias de la comunidad. Se puede tomar una infusión, comprar el merken o las sales saborizadas, licores, salmueras, productos deshidratados, hierbas medicinales, artesanía y platería mapuche. 

El genocidio no reconocido: “La conquista del Desierto” 

La disputa por el territorio en la Patagonia se caracteriza por un patrón de ocupación y utilización de los recursos naturales. Esta “expropiación” de la tierra se materializó a través de diversas etapas de luchas y disputas con características diferentes, pero que lejos de haberse terminado, llegan hasta el presente. En el nombre de la “civilización”, el Estado argentino, utilizando diferentes estrategias fue acorralando a los pueblos originarios. 

La ley 947 de 1878, llamada la “ley de Empréstito”, permitió al Estado argentino endeudarse para financiar las campañas militares, otorgando títulos públicos al capital privado, para finalmente devolver lo adelantado por medio de la cesión de las tierras conquistadas. 

El proceso de apropiación privada de los recursos y el territorio se puso en marcha, terminando con la tradicional forma comunal que tenían los pueblos originarios en relación al territorio. De esta manera se extendió la frontera de Argentina y el país ingresó al modelo de producción capitalista. “El agente de ocupación, si lo hubo, fue el ganado, y no el hombre”. El latifundio fue el amo y señor del patrón de asentamiento, apropiación y uso del territorio de la Patagonia. 

A partir de la “Campaña del Desierto” de 1879, el patrón de ocupación y utilización del territorio está orientado hacia el beneficio y lucro privado a partir de la explotación de los recursos naturales. Se consolidó un nuevo bloque de poder en la Argentina. Su núcleo estaba en Buenos Aires, pero era parte de una nueva articulación a escala mundial, estrechamente ligada a la Revolución Industrial. 

Desde los inicios del siglo XX, la ganadería extensiva en grandes extensiones primero, y la extracción de hidrocarburos después, son dos de los rubros clásicos del modo de ocupación y explotación de las tierras patagónicas. A medida que comenzaban a aumentar las necesidades exportadoras, fue necesaria una ampliación de los territorios dedicados a la ganadería. 

De esta manera, en la segunda mitad del siglo XIX al aumentar el mercado internacional la demanda de materias primas y alimentos, Argentina se insertó más decididamente en él, lo cual llevó a una ampliación de sus fronteras. En nombre de la “civilización” y “progreso”, se escondía el verdadero objetivo de ocupar y “conquistar” nuevas tierras para dedicarlas a la producción. 

En las últimas décadas del siglo XIX se consolidó el imaginario de que la Patagonia era un territorio lejano, deshabitado y yermo. No es que este imaginario fuera novedoso; desde mucho antes la idea del “desierto” y lo que estaba “más allá de la frontera” eran conceptos habituales tanto en el período colonial, como en los años posteriores a 1810. 

Lo distintivo a partir del período con eje en 1880 es que esta categoría de “desierto” no fue una simple calificación de lo desconocido, sino una estrategia. No se trataba de un desierto interpretado como tal desde la ignorancia, ni por los datos disponibles: fue una elaboración discursiva, fundamentada en la necesidad de dar un sentido específico al territorio patagónico, a partir de los intereses del bloque dominante consolidado en Buenos Aires. 

Este rol planteaba una nueva exigencia: expandir las fronteras. La producción primaria que requerían los mercados externos, en el marco de las provincias históricas, era demasiado limitada. Había una única alternativa: avanzar con ese fin hacia los territorios patagónicos. 

Pero el cumplimiento de esa empresa no era, por cierto, un proyecto sencillo, porque se trataba de la ocupación militar, la subordinación violenta o la expulsión de las poblaciones originarias, y finalmente la ejecución de un marco legal que permitiera repartir las tierras a los actores sociales funcionales al nuevo modelo económico mundial. A partir de esa necesidad se desarrolló la elaboración y la puesta en práctica de una operación discursiva, cuyo eje era el avance civilizador. 

Toda guerra de invasión necesita que el invasor construya, previamente, su enemigo, de modo que cualquier acción se legitimara por la esencia inhumana del adversario. En el caso de la Patagonia, la invasión se legitimó construyendo un adversario que, fundamentalmente, no eran las personas, sino el espacio que lo habitaban: el desierto. 

Se trataba de conquistar ese desierto y, en tanto aliados del mismo, hacer algo con los grupos humanos que allí se encontraban. La “Campaña del Desierto” fue entonces la planificada creación de un enemigo, categorizado como “el desierto” por lo deshabitado, pero, paradójicamente, representado en los habitantes de ese desierto: los pueblos originarios. 

Como saldo de la "Campaña del Desierto", miles de indígenas fueron asesinados, y miles fueron reducidos a la esclavitud, sin mencionar las enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, que acentuaron la mortalidad de los indígenas sobrevivientes. Caminatas forzosas por más de mil kilómetros trasladando a los prisioneros, matanza de niños y mujeres, emplazamiento de campos de concentración alambrados, son sólo algunas de las atrocidades cometidas por el Estado argentino. Fue uno de los genocidios más atroces de la historia de América Latina. 

Simbólicamente, sobresalen el silencio historiográfico y el discurso de la extinción que simplifica el proceso histórico de construcción del Estado nacional y colabora en la elusión de responsabilidades. Parte de ese discurso de silenciamiento y negación asocia los pueblos indígenas con el atraso, el exotismo, el anacronismo, la inferioridad y la desaparición. 

Para David Viñas, autor del libro “Indios, ejército y frontera”, la Campaña del Desierto representa el “necesario cierre”, “el perfeccionamiento natural”, o la “ineludible culminación” de la conquista española en América. La campaña es en nuestro territorio la etapa superior de la llegada del hombre blanco a este continente, una suerte de completitud necesaria para sellar a fuego el proyecto liberal y terminar con ese Otro extraño, improductivo y no homogeneizado a las reglas del capital y del nuevo ordenamiento mundial que se tenía trazado para este confín del mundo. 

El renacer indígena en Argentina 

Renacer indigena

La narrativa de la extinción de los pueblos originarios se fue construyendo desde fines del siglo XIX y hasta mediados del XX de la mano de las élites políticas, los censos de población que excluían a los originarios y de las escuelas que impedían hablar el idioma nativo. 

Las poblaciones indígenas argentinas han logrado sobrevivir pese a que el relato oficial las negó e invisibilizó durante mucho tiempo y pese al proceso de colonización y las campañas militares del siglo XIX que provocaron parte del exterminio de varios pueblos. En Argentina 955.032 personas se identifican como aborígenes o descendientes de pueblos originarios. La cifra representa el 2.4% de la población. 

Los pueblos indígenas transitan diferentes realidades en Argentina y en toda América Latina, pero hay un denominador común: las dificultades para la inclusión social plena. En la región, representan el 8% de la población, y, según un informe del Banco Mundial, constituyen aproximadamente el 14% de los pobres y el 17% de los extremadamente pobres. Casi la mitad vive en zonas urbanas. 

El renacer indígena que se ha visto en los últimos años en Argentina es también un fenómeno regional. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, entre 2000 y 2010 la población aborigen latinoamericana subió un 49,3%, lo que supone un crecimiento anual del 4,1%. Para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se trata de una recuperación demográfica de gran magnitud, ya que en el mismo período la población latinoamericana se incrementó el 13,1%, a un ritmo anual de 1,3%. Esto significa que el alza no es simplemente por razones demográficas, sino por un aumento en la autoidentificación de los pueblos indígenas.

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